Hace unos días se desplazó hasta mi centro de salud un colega visitador médico. Para quienes no estén familiarizados con el término, conviene saber que los visitadores médicos son trabajadores (con o sin formación sanitaria) contratados por empresas/laboratorios farmacéuticos, que ofrecen información en diferentes formatos, para promocionar los productos y fármacos de su empresa a médicos, farmacéuticos y otros profesionales con capacidad de prescribirlos, dispensarlos o utilizarlos priorizando su marca frente a otras.
Se adivina rápidamente en esta visita un interés meramente comercial; se desvela en el trato una relación inevitablemente interesada; se insinúa, en muchas ocasiones, un intercambio tan aparentemente beneficioso como peligroso para ambas partes, que ocasiona conflictos (que así se llaman) de interés.
La conversación -monólogo a veces- gira casi siempre en torno a la última novedad del laboratorio, el nuevo fármaco (mejor aún si es en combinación), el sorprendente resultado de un estudio diseñado para que el producto brille un poco más... Todo ello se presenta con una apariencia amable y un tono cercano, casi cómplice . Escuchar y participar puede parecer inocuo, pero si tenemos presente que ese acercamiento es “interesado” y que el mensaje siempre es sesgado, nunca independiente, permanentemente condicionado por el fin comercial... entonces entendemos que escuchar y participar tiene un precio.
Y toda visita con interés comercial debería estar al margen de la actividad asistencial del profesional, tanto en horario como en lugar. Nadie entendería que una conocida marca de tensiómetros, un comercial de telefonía o el fabricante de maletines de urgencias se personara en la consulta de un médico para intentar venderle su producto. Sin embargo, los encuentros con visitadores médicos se inician y desarrollan en centros sanitarios públicos, durante la jornada laboral, inexplicablemente. Y esa relación continúa más allá: en cursos, congresos, comidas, cenas, actividades de ocio...
Como iba diciendo, hace unos días se desplazó hasta mi centro de salud un colega visitador médico. Esperó a que terminase de atender al paciente con el que hablaba y al abrirse la puerta se asomó y se presentó. Me dijo su nombre y el laboratorio al que representaba y me preguntó si podíamos hablar un momento. Llevaba varios panfletos en la mano, y no resultó difícil adivinar que se trataba de información comercial camuflada de ciencia sobre varios productos de su laboratorio. Suelen ser documentos llamativos con resultados de estudios que realiza el propio laboratorio con más entusiasmo que rigor, para mostrar deliberadamente el más mínimo beneficio de su marca - por irrelevante que este fuera -, presentados en unos términos que amplifican esos beneficios, reales o aparentes.
Contesté con educación disculpándome, descubriéndole que yo no recibo este tipo de visitas. Insistió en hablar conmigo más veces de las que son necesarias, pero mi decisión es firme . Cualquiera que me conozca mínimamente sabe que la respuesta es siempre la misma: “lo siento, no recibo visitadores”. Tengo la libertad de elegirlo, y lo elijo.
Nadie pide explicaciones al médico que recibe y tiene relación con la industria farmacéutica. Sin embargo, son muchos los que, ante mi negativa, preguntan:
“¿Por qué no los recibes? Escucharlos no hace daño, sólo hacen su trabajo.”
“¿Por qué no haces sus cursos? Dan puntos igual que los demás.”
“¿Por qué te pagas tus congresos y no vas a ninguno financiado por la industria farmacéutica?”
“¿Por qué no tienes bolígrafos, libretas y todo tipo de merchandising de medicamentos?”
“¿Conflictos de interés? Porque te inviten a comer o a cenar no pasa nada.”
“¿A ti te influyen? A mí no. En última instancia, eres libre de tomar la última decisión.”
La respuesta para mi está tan clara que no entiendo por qué me siguen haciendo las preguntas… "Porque NO", pero si quedan dudas, es mejor disiparlas cuanto antes.
Mi decisión es que el conocimiento que yo tenga sobre los fármacos con mayor beneficio para mis pacientes venga de fuentes lo más independientes posibles, pretendo eliminar de mi formación la publicidad engañosa, las promociones comerciales, la evidencia endeble y empaquetada en un logotipo, la información deliberadamente sesgada. Mi objetivo es dejar únicamente la evidencia científica actualizada. No es tarea fácil, pues Farmaindustria mueve sus hilos más allá de mi propia tela. En mi mano está confiar en las fuentes, los divulgadores y los medios que no reciben financiación de los laboratorios, que realizan estudios con el único fin de encontrar la alternativa segura y que reporta un beneficio relevante y positivo al paciente, por encima de otras opciones de tratamiento.
Por supuesto no pido ni dejo que los laboratorios financien mi formación, ni cursos ni congresos. Económicamente soporto los gastos formativos que mi empresa no tiene interés de cubrir.
Quiero ser una médica con total libertad de formación y de prescripción, y quiero que esto sea visible para los pacientes. Por eso, no encontrarán en mi bata ni en mi consulta folletos, bolígrafos ni artilugios con el logotipo de ningún laboratorio. Quiero que puedan confiar en que mi criterio no tiene patrocinador, quiero que sepan que no me vendo a ninguna marca, yo no tengo sponsor.
A mí me gustaría que, cuando se dé el caso, mi médica tuviera una consulta aséptica, libre de humos farmacéuticos, y declarase no tener conflictos de interés. Y me encantaría que la dejasen tranquila. La justificación es tan obvia que se hace innecesaria: ¿por qué no te contaminas un poco? Porque NO.