Quique esperaba tener una cita con su médico porque ya no puede más. Pero abre la puerta de la consulta y su médico hoy no está, hay una chica a la que no conoce. Pero eso hoy importa poco porque Quique, hoy, no puede más.
Se sienta y la mira, le ha preguntado "¿qué necesitas?". Quique tembloroso sólo puede contestar "¡ayuda!" antes de empezar a llorar desconsoladamente.
María hoy tiene un día complicado, han surgido a lo largo de la mañana varias visitas a domicilio que tendrá que hacer dentro de un rato. Aún le quedan varios pacientes a los que atender en la consulta y Quique, un hombre de edad media aparentemente sano, pinta fácil de solucionar. Lo llama por la megafonía y en ese instante se conocen.
María sabe que algo pasa, Quique parece muy preocupado por su mirada y por la forma en la que toma asiento. Decide presentarse y preguntarle "¿qué necesitas?". Su sospecha se confirma cuando la desesperación rompe a llorar ante ella, pidiendo ayuda.
Y así es como empezó una consulta sagrada hace unos días. En ese momento todo desapareció de la consulta salvo María y Quique, el ordenador se evaporó, el tiempo se detuvo, las prisas se pospusieron, la confidencialidad se hizo más fuerte, la confianza los envolvió poco a poco y sólo hubo espacio para una larga conversación que no sería fácil para ninguno de los dos.
Quique había roto su vida definitivamente la noche pasada. No se había dado cuenta de que una desconocida pero terrible adicción lo había ido engullendo sigilosamente durante los meses previos; alejándolo de las cosas que le gustaban, de su pareja y del resto del mundo real para secuestrarlo en una celda virtual de la que ahora se veía incapaz de salir.
María escucha el relato de una derrota que no le resulta extraña. Por eso intenta que la contratransferencia quede oculta, contiene las lágrimas y calla mientras revive infiernos pasados. Cuando él termina de hablar, ella decide convertir su experiencia en la ayuda que le ha pedido.
Él está decidido a rendirse y cambiar, ella conoce algunas formas para lograrlo. Él se va haciendo consciente del problema y va intuyendo el largo camino que ese mismo día inicia hacia la recuperación; ella va sanando una herida antiigua y confía en que él pueda sanar la suya también. Él se marcha con las pautas para dibujar una vida nueva con paciencia, ella se queda y sabe que le dedicará un dibujo. Él le da las gracias al salir y pregunta si estará en la siguiente consulta; ella explica que ahora será su médico quien le acompañe y aunque querría darle las gracias sólamente le desea mucho ánimo, le regala una sonrisa y le pide que cierre la puerta. María no podía más, tras la puerta llora por un dolor antiguo y una alegría nueva.