martes, 20 de febrero de 2024

20/02/2024: Medicina de familia, una especialidad mortal

Ayer falleció uno de mis pacientes.  Desde entonces ando pensando en que desde que empecé mi especialidad la muerte ha estado necesariamente presente.  Supongo que es porque todos mis pacientes se van a morir, en mi especialidad nunca daré a nadie el alta médica, no dejaré de acompañar a mis pacientes nunca, y eso implica estar a su lado en el final de sus vidas.  Aunque pudiera empezar a parecer que hablo de lo mucho que me gustan los cuidados paliativos, que son inherentes a mi profesión aunque muchos otros colegas también los desempeñan; estoy hablando de cualquier tipo de muerte, la que se prepara acompañado y la que ocurre en soledad, la que se anticipa y la que sorprende, la de casa y la del hospital, la del que tuvo suficiente y la del que deja la terrible sensación de terminar antes de tiempo.

Ayer fui a verle por última vez, ya no me veía ni creo que me oyese, lo exploré y me despedí, le dije a la familia que era incierto el tiempo que tardaría en marcharse, quizá horas, quizá días.  Murió al rato, tumbado en su cama después de más de 90 años en pie, en casa de su hijo donde se encontraba a gusto y protegido.  Murió tranquilo habiendo dicho previamente que ya valía de tanto vivir, acababa de ver a su familia cuidar de él, pero en ese momento estaba solo en la habitación o quizá estaba allí su Dios, yo no lo sé.  Murió de noche, en silencio, hubiera hecho dudar si se dormía o dejaba de respirar, porque su muerte fue el final de paz y quietud que yo le deseaba.

Ayer falleció mi paciente y me ha hecho pensar en las veces que he encontrado a la muerte en sitios y condiciones espantosas, y las que he tenido el privilegio de acompañar y que me construyen como médica de familia.

Hace 3 años falleció otro paciente.  Él estaba solo en su casa cenando y notó ese dolor bajo los botones de la camisa que ya le había dejado heridas en el corazón.  Llamó a los servicios de emergencias sabiendo que era muy grave y se dispuso a abrir la puerta en cuanto escuchó la sirena de la ambulancia en su calle, la ambulancia en la que yo llegaba.  Subimos a todo correr 4 pisos de escaleras, pero al tocar la puerta nadie abría.  Sólo el silencio respondía al timbre una y otra vez.  Y uno de nosotros, movido por la emergencia y la gravedad de lo que pasaba, mentiré y diré que empujó la puerta que se abrió, para que no se identifique un epígrafe del código penal en lo que de verdad ocurrió.   

La puerta se abrió golpeando algo tras ella, golpeándole a él, a ella, la muerte inerte en el suelo boca abajo.  Antes de morir había llamado a una familiar que estaba en camino asustada y que al llegar, en medio de las maniobras de resucitación, me encontró comprimiendo el pecho de su padre.  Las maniobras de reanimación fueron inútiles, la intubación, el monitor desfibrilador, la vía y la medicación no consiguieron revertir aquel desastre, y murió después de mucho rato intentando traerlo de vuelta entre los cinco, con una hija que callada contenía el dolor que después se convertiría en el grito más desgarrador que haya escuchado.  Esa noche volví a mi casa deshecha, no cené, apenas dormí, solo recé y lloré, como procedía.

Ahora sé que la muerte no tiene solo 1000 caras, tiene todos los rostros posibles.  Soy médica de familia y contactaré con ella con frecuencia, me prepararé para evitarla cuando sobreviene inexplicablemente y también para acompañarla cuando avisa y da sus motivos.  Por más que me prepare, reconozco que siempre me impresiona certificarla.  Confirmar que esa persona dejó de vivir y ahora ofrece frío en la piel y silencio absoluto en la auscultación, una línea plana en el electro, ausencia de movimiento en los ojos, son ojos que no miran ya, solo piden estar cerrados... Soy médica de familia y también yo siento el duelo cuando despido a un paciente, mi especialidad también acompaña de luto a la familia, mi especialidad también llora a veces, mi especialidad es mortal (del latín, que está sujeta a la muerte) pero es preciosa.



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