Hace un par de años yo era médica de familia urbana, y estaba tremendamente cansada. Mi vocación temblequeaba y me empujaba a abandonar y cambiar de especialidad. Pero por misteriosas razones, hace 9 meses decidí dar la ultima oportunidad a la medicina de familia acercándome al mundo rural. Nunca me había resultado atractivo, sin embargo la medicina rural parecía el único refugio posible donde hacer medicina de la forma en que yo la entiendo.
Resultó que había tres pequeños pueblecitos de Teruel que se quedaban sin su médica, y aunque llegar hasta ellos en coche era complicado, prometían buenas vistas y muy buena gente, así que me lancé a la aventura. Y hasta hoy, que me tengo que marchar porque aprobar una oposición, acumular méritos que aún nadie ha revisado y trabajar agusto con los compañeros y los pacientes no es suficiente para poder quedarme aquí; y alguien vendrá que un día también tendrá que marcharse. Me voy a otro pueblecito a unos 30 km, con buenas vistas y buena gente a seguir enamorándome de la medicina rural un ratito más.
No pretendo quejarme porque de nada sirve, no pretendo despedirme porque creo que volveré un día de estos. Digamos que quiero compartir un resumen de mi experiencia y lanzar un grito en defensa de la medicina rural.
Aquí, en pueblos a los que sólo llegan carreteras serpenteantes, he descubierto que aún hay lugares en los que el tiempo por paciente puede ser el que cada cual necesite, donde no se trabaja con prisas todos los días. Hay una medicina que, aunque no lo tiene todo a mano, tira de ingenio y sale adelante, hay una medicina que siempre va con las llaves, el ordenador y el maletín a cuestas, que depende del coche y de la climatología, que no lleva bata y va del forro polar al chaleco reflectante. Hay una medicina que hace espaldas con enfermería, que trabaja codo con codo con la farmacia comunitaria, que se entiende bien con trabajo social. La medicina rural me ha hecho dejar de ser la Dra Escorihuela, porque aquí tengo el honor de ser, sólo o además, María.
He tenido la suerte de conocer a unos pocos pacientes nuevos, unos han nacido mientras he estado aquí, otros han sufrido pero ya se encuentran mejor, otros tienen dolores que aún no han remitido y a unos cuantos los he acompañado hasta su muerte. Quiero agradecer a todos ellos su paciencia cuando no me aprendo sus nombres a la primera ¡ni a la quinta!, agradezco las muchas docenas de huevos de corral, aceitunas y hortalizas que traen a escondidas a la consulta, agradezco la confianza que hay detrás de "dame cita un dia que estés tú" y el cariño del "si te vas a otro pueblo nos vamos contigo". Gracias por hablar en castellano en la consulta aunque os guste más el chapurriau que yo no manejo, y gracias a quien me dijo: "no hablarás como nosotros pero nos entiendes como nadie". Gracias a todos por llenar mi consulta de momentos preciosos.
He tenido la suerte de contar con los farmacéuticos que están al tanto de todas las medicaciones y recetas de los tres pueblos cuando yo no llego, con los alguaciles y los ayuntamientos que me cuidan los consultorios y pregonan mis horarios, con la trabajadora social que pasa para comentar los casos peliagudos, con las enfermeras que conocen el terreno y han sido mis guías tantas veces, con las administrativos que pilotan desde el otro lado del teléfono lo que les echen, con los compañeros médicos y los coordinadores que soportan más peso del que deben cuando la empresa no responde; cuento hasta con la tendera y los del bar del pueblo que me ayudan a reponer fuerzas. Y es que aquí todos se conocen, todos te conocen y son accesibles, gracias a todos por ponerlo fácil y hacer que no quiera marcharme.
He aprendido muchas cosas gracias a vencer el miedo y la pereza iniciales que da formarse como médica en la ciudad y acabar trabajando en un pueblo. He aprendido a ser más autosuficiente en consulta, a gestionar mis tiempos y los recursos menos accesibles, a estar sola a sabiendas de que siempre ha estado el equipo cerca de mi.
No fue fácil venir hasta aquí, pero más difícil será marcharme ahora. Nunca quise ser médica de pueblo como mi madre, y ahora creo haber encontrado mi sitio en el mundo rural. No recordaba el nombre de estos pueblos de Teruel y ahora sé que no los olvidaré nunca.
He cambiado de opinión respecto a la medicina rural, he descubierto que me encanta y que debemos protegerla porque plantea suficientes retos como para necesitar a profesionales excelentes que la defiendan. Por eso ahora, aunque cambio de pueblo, cambio de equipo y cambio de aires; la medicina rural no la cambio por nada.
Hasta pronto Fórnoles, hasta la vista Ráfales y hasta siempre La Portellada.