Algo que te ocurre sin que te des cuenta cuando eres médica y estás embarazada es que eres también paciente.
Es raro, es difícil, no eres una paciente normal aunque vayas como yo, sin comentar tu profesión.
Siempre me ha parecido que anunciar que eres médica cuando te está atendiendo un compañero puede ser peligroso. Lo pienso porque yo he sido también médica de medicas. A veces se tiende a no actuar como lo haces normalmente, a ir a otro ritmo, a pedir cosas que quizá no pedirías, utilizar vías que quizá no utilizarías, dar la información de una forma distinta quizá porque das por hecho conocimientos que se tienen por ser sanitario... Te sientes un poco más vigilada, quieres causar buena impresión y cometes el error de no ser la médica que siempre eres, y eso te puede llevar a cometer otros errores.
Por eso intento no decir en qué trabajo hasta que no tengo una mínima confianza con la persona que me atiende. Esta vez, en las consultas de tocología (donde te sigue el embarazo el ginecólogo), no he tenido oportunidad de apenas comentarlo.
He conocido a 8 médicos diferentes en mis 9 consultas de seguimiento, una más el día del parto, a 2 ecografistas, y pido perdón por no recordar siquiera el número de enfermeras que me habrán atendido. Siento vergüenza al escribir esto. Pertenezco a un sistema sanitario incapaz de ofrecer la longitudinalidad en la asistencia, ya ni en un solo proceso de salud autolimitado como son 9 meses de embarazo.
Bajo la sentencia "servicio jerarquizado" muere la longitudinalidad sin que a nadie le importe. Se ofrecen a cambio consultas rápidas, biomédicas, eficientes en tiempo y recursos si miras desde fuera. Pero desde dentro... no me he sentido acompañada, no era el lugar donde plantear mis dudas y mis miedos, he ido a consulta con los nervios propios de quien se presenta a un examen, deseando que peso y tensión saliesen bien y que al menos me dieran un feedback positivo sobre el curso del embarazo y el estado de mi hija.
Los médicos que me atendieron siguieron todas las recomendaciones que dan las guías para controlar el embarazo, fueron puntuales y rápidos (ninguna de mis consultas duró más de 15 minutos, salvo las ecografías regladas), no cabe la queja. Pero la mayoría de esos médicos no se presentó al empezar la consulta así que no supe a quien dirigirme, no me llamaron por mi nombre, una vez no dejaron que me acompañase mi pareja en la consulta, hasta en tres ocasiones no pude ver la ecografía que me estaban realizando (yo iba con la ilusión de ver de nuevo la carita y las manitas de mi pequeña moviéndose, aunque sólo fuera un segundo). Ninguno de los médicos que me atendió conoció finalmente a mi hija... Entiendo que su objetivo es que la gestación y el parto concluyan de la mejor manera y ya está, pero el objetivo de sus pacientes no es otro que conocer por fin al bebé por el que se han sometido a todo ese proceso, por el que han ido preocupadas a todas las consultas, al que ansiaban ver en la ecografía. Cuando por fin nace, quieres presentársela a quienes te han acompañado en el embarazo y normalmente están deseando conocerla.
Yo normalizaba este sistema porque pensaba que no había mucho más que hacer con lo que tenemos y que mientras se cumplieran los objetivos biomédicos íbamos tirando. Pero mi experiencia más reveladora fue una consulta del tercer trimestre.
Salí de casa con mi pareja para asistir a lo que se suponía que era una última revisión y toma de cultivo. En el centro médico me atendieron casi a mi hora y todo fue médicamente estupendo: me pesaron, me midieron tensión, me tomaron 2 cultivos, me hicieron ecografía y me dieron cita de resultados e indicaciones a seguir y la consulta duró unos 10 minutos, así que fue súper eficiente de nuevo. Pero también fue la primera vez que me sentí vulnerable en una consulta, donde se supone que soy fuerte.
De nuevo la doctora no se presentó y empezó a darme comandos que fui siguiendo, uno tras otro: "deja ahí tus cosas, pasa al peso, has perdido muy bien, siéntate ahí, súbete la manga a ver tensión, bien, pasa detrás de la cortina, quítate toda la parte de abajo, sube a la camilla, sube las piernas, muévete hacia abajo, cojo cultivo, súbete la camiseta que miramos la eco, está bien vale, limpiate con esto, bajate ya y vístete". Una vez cumplidas las órdenes me quedé detrás de la cortinilla sola con mi tripón. Nadie me ayudó a levantarme, me vestí haciendo equilibrios y mientras tanto la gine dijo algunas cosas más al otro lado de la cortina que solo mi marido escuchó bien y entendió. Le contó cómo tomar el hierro y cuándo y cómo pedir la próxima cita.
Salimos, él con papeles en la mano y yo con las zapatillas aún sin atar y aturdida. Tuve que preguntarle qué había pasado y si todo estaba bien. Intentando seguir el ritmo de las indicaciones no había sido consciente de nada. Me sentí frágil y un poco sola. Sentirse así después de una consulta cuando eres médica, no es fácil de digerir... sentirse así seas quien seas no es admisible, nunca.
Entonces me di cuenta de que en mi embarazo hubo alguien que sí me acompañó en consulta y en clases de preparación al parto. La matrona de mi centro de salud, mi matrona, se llama Ce y es extraordinaria. Ce cumple también los protocolos de seguimiento en el embarazo. Ella también me pesa, me mira tensión y me explora pero le cuesta un poco más de tiempo, habla menos, escucha más. Ce no se presenta cuando llego porque ya nos conocemos, porque cuando entro en su consulta siempre encuentro a la misma persona y ella conoce cosas de mi que no salen en el ordenador, sabe que las citas me vienen mejor al principio o al final de la mañana, sabe que me preocupa un poco mi futuro laboral, sabe qué nombre quiero ponerle a mi hija.
Ce me informa de temas que envuelven tanto al embarazo como a la maternidad, me aconseja en cosas que no están en las guías pero que conviene saber, y lo hace siempre desde el respeto. Antes de despedirse siempre me pregunta si tengo alguna duda, si necesito algo más.
Tengo la sensación de que la conozco un poco, ella nos conoce, a mí, a mi pareja y ahora a mi hija, confiamos en ella.
Ser paciente, sentarme al otro lado de la mesa, subirme a la camilla, pasar por el quirófano me ha hecho conocer las distintas formas de ofrecer acompañamiento en los procesos de salud y enfermedad. Apostar por la longitudinalidad es rentable, tanto para mejorar la experiencia de los pacientes (por eso te he contado la mía), como en términos absolutos de salud (hay ya estudios que demuestran que tener el mismo médico de familia más de 15 años reduce la mortalidad de la población un 30% ¿fuerte no?).
He visto clarísimo el contraste entre la asistencia longitudinal y la "parcheada" en mi propia piel. Tengo claro cómo debe ser, como debemos favorecer que sea y como quiero proporcionarla yo.