lunes, 3 de julio de 2023

03/07/2023: MFyC pensando en el futuro

Dejé de trabajar a los 6 meses de embarazo, después de una semana en la que hice un domicilio a un 4° piso sin ascensor arrastrando el maletín y los restos que quedaban de mí después de esas mañanas de más de 40 pacientes que prefieres olvidar.  Aún así, hubiera preferido seguir trabajando unas semanas más, pero necesitaba un poquito de adaptación de las condiciones del puesto (para no morir ahogada y agotada) y eso, en aquel momento, no era posible según el personal de riesgos laborales, no era necesario según mis jefas. 

Así que interrumpí mi vida laboral con la sensación de que a los sanitarios que estamos trabajando por encima de nuestras posibilidades nos cuidan más bien poco y tenemos apenas respaldo de nuestros superiores cuando más lo necesitamos.   

Ya en casa, sentada con las piernas en alto y el ánimo por los suelos, el leit motif de mi reflexión fue: "La atención primaria está agonizando, se hunde, intento ayudarla pero a nadie parezco importarle, me hundo... Necesito un plan B, un bote salvavidas que nos mantenga a flote a mi hija y a mi".

Pensé en varios planes de supervivencia: preparar la oposición (a todo el mundo parece tranquilizarle la estabilidad laboral aunque sea en el Titanic), la medicina privada (tendría mejores condiciones pero la universalidad de la asistencia naufragaría), la medicina penitenciaria (¿se supone que estoy huyendo de un barco que se hunde para subirme a una balsa a la deriva?...).  Pero quizá la que más esperanza me daba era pensar en repetir el examen MIR, hacer otra especialidad, cambiar de barco, algo que siempre dije que no haría.  

Tengo presente que si me vuelvo a presentar será para elegir, ya no con el corazón como la primera vez, sino con la cabeza.  Elegiría una especialidad que no se hunda o que lo haga mucho más despacio, que tenga un contacto con el paciente más limitado, que sea menos amplia, más abarcable, más cómoda, más respetada, que no desgaste tanto, con el respaldo de un hospital, con buena perspectiva laboral tras la residencia.  Una especialidad que aunque no me haga igual de feliz que lo hace la medicina de familia, al menos me deje sobrevivir.  Decir todo esto en voz alta fue de las cosas más duras que me he escuchado.

Pero antes de llegar a eso, antes de huir hacia adelante, antes de renunciar a un sueño, quiero darle (darme) la última oportunidad.  La medicina rural podría ser mi lancha motora.  

Tengo la esperanza de que allí aún quede algo de la esencia de esta profesión, de que sea quizá el último reducto de la medicina familiar y comunitaria de la que me enamoré.   Tampoco será fácil, tendrá sus desafíos, pero tengo más ganas de enfrentarme a lo desconocido que de seguir pegándome contra una pared que ya conozco. Tendré que averiguar en un futuro si estoy a la altura, si la medicina rural cumple mis expectativas y yo cumplo las suyas.

Y con toda esta vorágine de opciones, sólo una cosa estaba clara, mi hija Lucía iba a llegar a mi vida y yo quería que estuviera orgullosa de mi.  Quería y quiero contarle que fui MIR MFyC, y que sigo enamorada de la medicina de familia, y que no me rindo.  Buscaré la manera de disfrutar de ser médica y mamá.  Decidiré cuando llegue el momento, encontraré mi sitio, lo prometo.

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