miércoles, 15 de mayo de 2024

15/05/2024: El sueño de Julio

Conocí a Julio en la casa de los geranios hace 4 meses.  Yo había leído sobre él mucha información clínica en mi ordenador.  Él había oído hablar mucho de mí, sabía que en el pueblo había una médica nueva.

Julio había empeorado en las últimas semanas y nadie sabia muy bien cual era el cabo suelto esta vez.  Quizá otra vez ese proceso hematológico que le bajaba el hematocrito y el ánimo. Quizá otra vez sangraba por alguna de sus heridas ocultas, o tal vez era su hígado, tremendamente castigado por los errores del pasado, que volvía a protestar con una huelga.  En un primer contacto pude ver que era un paciente frágil pero con una red social fuerte de cuidadores entregados a la causa que seguro nos iban a resultar de gran ayuda.  

Pedí una analítica urgente y volví con los resultados a la casa de los geranios.  El hígado parecía desestabilizarse tanto como lo hacía Julio.  A días desorientado, a días alterado, a días dormido, nos fuimos viendo e intentando que la medicación le devolviera la estabilidad que su hígado le negaba.  En los periodos de lucidez hablamos de tantas cosas.. Hablamos del pueblo, de lo que hace una chica como yo en un sitio como éste, de las lejanas tierras donde el nació y las fincas que allí quedan, de lo que hace un hombre como él tan lejos de su cuna... Nos reímos viendo fotos y videos de mi hija, y nos confesamos: yo era su medica favorita y él mi hepatopaciente predilecto.  Hablamos de qué hacer cuando estos bajones que lo postraban en la cama varios días se hicieran mas frecuentes y mas acusados, cuando el ocaso nos encontrase.  Me ofrecí a acompañarle siempre en su casa hasta ese momento y a él le pareció el mejor de los finales posibles.  Nos abrazábamos para despedirnos los viernes antes del fin de semana.  Eran abrazos cada vez mas fuertes que un buen día decidió acompañar de un “mi corazón va contigo” y yo solo acerté a pensar “entonces un trocito del mio te lo dejo por aquí”.

Seguí visitando a Julio todos los viernes, siendo testigo de sus altibajos e intentando amortiguarlos en lo posible.  El amarillo del ocaso se incrustó en su piel, induciéndole cada vez más y más sueño.  Estaba muy despierto cuando tuvimos nuestra última conversación sobre esa comida que le apetecía compartir conmigo en su tierra, quería que acudiera con mi hija, en calidad de amiga y no de médica, y sobre todo, que no le dijese a nadie que se estaba muriendo.  Los dos sabíamos que no habría tiempo para todo aquello, pero aún así me hizo prometer que lo intentariamos y que no se me olvidaría, supongo que para cerciorarse de quedar en mi recuerdo, aunque eso ya lo tenia asegurado.

Y ese mismo día se durmió, como se había dormido otras veces en un sueño encefalopático que lo devolvía más débil y cansado a la vigilia días después.  Ese día se durmió, y al ir a verlo supe que no se despertaría.  Me acerqué para decirle “adiós Julio” sin saber si me oiría.  Abrió los ojos un instante y los volvió a cerrar confirmándome que ahora ya estaba preparado para no despertar.  Y no lo hizo.  Julio ya no está.  En la casa de los geranios queda una mujer que aún sin recuerdos lo echa de menos, queda una cuidadora que entre llantos puede estar orgullosa de haber proporcionado cuidados paliativos de calidad,  queda un familiar que siempre se acordará de su tío Julio, y quedo yo, que les he prometido que seguiré muy cerca por si me necesitan. 

Estoy triste porque no sé a quién le daré el abrazo de los viernes si no es a Julio, quizá ese rato pueda darme una vuelta para ver los geranios y regarlos con alguna lágrima pensando en él.  Gracias Julio por estos meses en los que he tenido el honor de ser tu médica, en los que sabiendo que te ibas a marchar, decidiste quedarte conmigo para siempre.

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