Hace unos días tuvo lugar el examen
de acceso a la formación sanitaria especializada. Son exámenes
centralizados que realizan cada año los graduados en ciencias de la salud al
finalizar su carrera universitaria. Los preparan concienzudamente durante
muchos meses con el objetivo de obtener una plaza de interno residente (IR) en
la especialidad que más les atraiga y en el centro del sistema nacional de
salud que deseen. Así, cada grupo de graduados se presenta a un examen
que no está preparado para demostrar conocimiento ni mucho menos habilidad, si
no para asignarle un número de orden entre todos los aspirantes de su
categoría. Los biólogos, bioquímicos y biotecnólogos se examinan del BIR,
los químicos del QIR, los físicos del RFIR, los psicólogos del PIR, los
farmacéuticos del FIR, los enfermeros del EIR y los médicos del MIR.
Yo soy médica, y hace ahora 6 años
que superé mi examen MIR para elegir mi plaza en Medicina Familiar y
Comunitaria. Digo superé no tanto por el resultado (ya no recuerdo
exactamente cuánto acerté ni mi número de orden), sino más bien por el proceso
previo. Supuso 18 meses de estudio y preparación específica previa al día
de mi examen, sacrificar mucho, dormir poco. Recuerdo temblar aquel día,
rezar pidiendo un poco de justicia para todos antes de empezar a leer las
preguntas, terminarlo cuatro horas después y salir a toda prisa para buscar
entre el gentío a mis padres y a mi hermano y decirles "¡ya está, por
fin!". Recuerdo que me daba igual cómo me había salido, el examen no
tuvo capacidad para reflejar el tremendo esfuerzo que hice, no estaba satisfecha,
pero me sentí libre.
Hace unos días, ya con mi
especialidad y en la comodidad de mi centro de salud, me senté frente al examen
MIR de este año. Sin ánimo de torturarme, ni de demostrarme a mi misma ni
a nadie absolutamente nada. Repito el examen cada año intentando ponerme
en la piel de los estudiantes que se presentan, tratando de reconectar con sus
sensaciones y la experiencia de enfrentarte a un examen de más de 200 preguntas
tipo test que hace dudar de todo. Sólo lo hago por si un día tengo el
privilegio de trabajar con estudiantes que preparan este examen, o con
residentes que han pasado por él y llegan hasta mí.
Este año el examen MIR fue más
complicado que los anteriores en mi opinión y la de muchos otros. No
pretendo analizarlo, yo nunca pensé que estos exámenes fueran la estrategia
adecuada para ordenar la vocación y la ilusión de tantos estudiantes.
¿Está más capacitado para elegir su especialidad acertadamente un estudiante
que es capaz de estar concentrado durante 4 horas y media para resolver
correctamente 210 preguntas test muy alejadas de la medicina generalista, con 4
opciones de respuesta y sólo una correcta, que otro estudiante que, aunque
incapaz de acertar poco más de la mitad sueña con ser un excelente (inserte la
especialidad médica/quirúrgica que usted quiera) y muestra aptitud práctica
para ello? Duda razonable al menos.
Pero lo que me trae de nuevo hasta mi
diario no es el examen, es la preocupación por lo que ocurre tras la prueba,
tras la elección. Después de todo este periplo por el que yo también
transité, difícilmente entiendo que se produzcan tantas renuncias de plazas
MIR. Y no hablo sólo de opositores que no cogen plaza el día de la elección
cediendo su turno al siguiente, (aunque el porcentaje de estas renuncias se
incrementa cada año, superando el 18% el año pasado, y eso asusta). Hablo
de las renuncias que ocurren después. Me refiero a los opositores que,
tras elegir una especialidad y una plaza, no se incorporan dejándola vacante, y
a aquellos que abandonan tras la toma de posesión durante el primer año de
residencia. Los datos de renuncias tras la adjudicación de plazas que
facilita el ministerio hablan de que la mayoría se producen en los primeros 2
meses, y en cuanto a especialidades, medicina de familia por supuesto encabeza
el ranking, pero es que es la especialidad mayoritaria con amplia diferencia
sobre las demás, por tanto y sin aventurarme a buscar significación
estadística, digo subjetivamente que en cuanto a renuncias "habrá de
todo". Lo que sí es objetivo y me obliga a la reflexión, es que en
torno a 200 médicos internos residentes renuncian (no sin haberle dado una
oportunidad) a la plaza que tanto esfuerzo les ha costado conseguir, y la cifra
es estable desde hace 7 convocatorias al menos.
¿Qué es lo que tanto defrauda a un
estudiante que ha dedicado muchos meses a preparar intensivamente el MIR, que
tanto ha sacrificado por su profesión? ¿Qué conduce a renunciar a una
plaza que tantísimo esfuerzo les ha costado conseguir? ¿Qué ocurre después de
renunciar? Las opciones son: emigrar a otro país donde seguir formándose o
trabajando, adentrarse sin apenas experiencia en la medicina privada
(residencias de ancianos, mutuas, clínicas privadas...), bajar al pozo de los
contratos sin especialidad en atención primaria (todos hacemos como que no
vemos bien el fondo y seguimos sacando agua de allí), o armarse de valor para
repetir el examen y elegir de nuevo.
¿Dónde reside el problema de un
sistema que decepciona a tantísimos y, a priori, tan altamente preparados
opositores? No tengo la respuesta; pero no hace tanto tiempo que pasé por ese
aro y creo que hay algo importante que debo decir.
Las expectativas de los opositores
son altas, altísimas, porque así es como la universidad, y después las
academias de preparación al MIR, deben trabajar. Sin embargo, la medicina
que enseñan está orientada a la resolución de un test ("miricina"),
la forma de presentar las especialidades es a través de una asignatura, un
temario y un manual, la presencia de prácticas de calidad durante el grado es
minoritaria, el formato de la universidad es hipersectorizada y fragmentada,
incapaz de orientarse al generalismo médico, examinando tan solo sobre
conocimiento teórico especializado y apenas sobre habilidades específicas y
generalistas (escucha activa y comunicación, empatía y compasión, trabajo en
equipo, integración de conocimientos y razonamiento clínico, gestión de la
incertidumbre...). La expectativa suele ser: bordar el MIR y elegir con
la cabeza alguna de las especialidades que nos han fascinado sobre el papel, y
eso es muy exigente con uno mismo en el presente y con la medicina a
futuro.
La realidad es que desconocemos buena
parte de las especialidades in vivo, disponemos de un ensayo in
vitro que nos entregan por fascículos. Nos
preguntamos cual es la especialidad hecha para nosotros cuando la pregunta
puede ser formulada de otra forma: ¿para qué especialidades estoy hecha yo?
Estoy segura de que no es una pregunta de respuesta única, estoy segura de que
un mismo médico puede ser brillante, y aún más importante, puede ser feliz, en
diferentes especialidades. Pero para dar respuesta a esta pregunta, el
esfuerzo es importante, las expectativas propias y respecto a la residencia
deben situarse correctamente y eso sólo puede hacerse con autoconocimiento e
información, muchísima información.
Me voy a atrever a recomendar a los
opositores lo que a mí me hubiera gustado que alguien me recomendase en el
postMIR. Quizá sea buena idea, después de un tiempo de obligada
desconexión, aprovechar los meses previos a la elección de plaza para
recolectar información de primera mano y resetear las expectativas si fuera
necesario.
En ese momento no se pierde nada por
interesarse por las especialidades que habían quedado en un segundo plano,
igual que los centros docentes que por estar algo más alejados no eran tan
atractivos. Es muy importante preguntar a las personas indicadas, y ante
la duda, preguntar más o a más gente. Preguntad a los residentes mayores
que ya conocen bien la situación, pero como pueden estar cansados preguntad
también a los residentes pequeños y buscad lo que les ilusiona tanto,
preguntadles a todos si volverían a elegir su especialidad en ese mismo
lugar. Preguntad a los tutores, preguntad a los responsables docentes,
preguntad a otros profesionales sanitarios que en cada servicio o centro
compartan el tiempo de formación con los residentes. Si se produce la
oportunidad de compartir un rato asistencial con un colega, en el escenario
donde trabaja, probablemente sea buena idea quedarse y ver qué sensaciones
llegan.
Las preguntas habituales no cambian,
y son importantes, y entiendo que deben hacerse en cada unidad docente que se
visita. Cuántos cursos, cuántos meses de rotación externa, cuántos
residentes somos (quieres preguntar si hay buen ambiente pero sólo puedes
intuirlo), cuánto sueldo (suele ser poco, no asustarse), cuántas guardias
al mes (suelen ser muchas, asustarse), cuánto dormimos y cuánto
libramos (preguntas eso para no decir ¿habéis abolido la esclavitud?)...
Y en el caso de medicina de familia suele añadirse: cuánta cirugía menor,
cuánta ecografía, cuánta comunitaria, cuántos meses en el centro de salud...
Hoy sé que lo más importante no es el
cuánto, sino el cómo. Hoy sé que haría una ruta por los centros de salud
y pondría en el punto de mira a los tutores, preguntaría: cómo os mantenéis
actualizados, cómo se organiza la consulta y el equipo, si tengo mi espacio,
qué es lo que te ha llevado a ser MFyC y a ser tutor/a, si puedo quedarme una
mañana a tu lado. Sé que iría a la urgencia del hospital a
preguntar: cómo son las guardias, cómo voy a aprender, quién estará conmigo...
Quizá me quedase una tarde... Sé que iría a la unidad docente y
buscaría información sobre qué actividades promueven, cómo son los cursos, en
qué momento, cómo puedo investigar, qué respaldo tendré si tengo un problema.
En definitiva, creo que preguntar
mucho es una salvaguarda frente a las renuncias, porque aquello que tiene mayor
capacidad para desilusionar es lo que no se conocía bien. Creo además que hay
que dejarse sorprender por los lugares y las especialidades que despiertan algo
de curiosidad realista en nosotros, aunque no sean las más populares o
prestigiosas. Por último, conviene no olvidar que ser un médico o un cirujano
feliz depende en buena medida de uno mismo, y puede ocurrir en diferentes
escenarios, incluso insospechados.
Querido diario, yo hice muchísimas
preguntas, tuve la suerte de acertar de pleno en mi elección (que no era mi
primera opción durante la carrera) y que mi residencia superase con creces mis
expectativas. Pero sé que es complicado, sé que lo ponen complicado, sé
que equivocarse o decepcionarse entra dentro de lo posible. La única
forma que se me ocurre de minimizar el error o el desencanto es disponer de la
máxima cantidad de información fiable (interrogándose a uno mismo y preguntando
a todo quisqui), y con esto, hacer la mejor gestión posible de las
expectativas. Creo que la residencia, ya sea en el centro de salud más
humilde o en el quirófano del hospital más puntero, trata de desaprender la
medicina heroica que resiste sobre el papel para empezar a aprender a ser
médicos o cirujanos imperfectos pero reales y felices. Elegir es un
ejercicio de razón y humildad, elegIR la especialidad es mucho más difícil que
el examen MIR, y este año, ya es decir.
