jueves, 6 de marzo de 2025

07/03/2025: Cualquiera de mis días en este lugar

El café de la mañana es más rutina que necesidad, pero disfrutarlo en familia es un tesoro que no perdono.  Otro tesoro matutino es llevar a mi hija de 2 añitos a la guardería y que antes de despedirnos me pregunte "mamá, ¿Dónde vas a trabajar?" y si la miro con picardía ella misma se responde cada día "¡Al salud del Matarraña!" Si ella lo dice, allá voy yo. 

El coche me espera con el maletero lleno de guantes, mascarillas, el maletín y mi mochila.  Al cuello llevo el manojo de llaves y la tarjeta que dicen que soy la médica del pueblo al que me dirijo. Mientras conduzco, un podcast, la música de los 90 o las noticias hacen de banda sonora a una carretera que me he aprendido de memoria.  Dejo la ciudad y surgen poco a poco los campos de olivos y almendros.  Casi sin saber cómo, llego a mi destino justo a tiempo. Aparco con cuidado pasando las estrecheces de los muros de piedra.  Aunque no se ve a nadie en la calle, sé que por las ventanas me ven llegar. 

Cargada con los bultos abro las puertas de un consultorio que aún duerme a oscuras.  Lo despierto subiendo las persianas, encendiendo la calefacción, enchufando internet, el ordenador y la impresora.  La consulta se despereza despacio mientras yo miro la ermita y los caballos por la ventana.

El ordenador me cuenta que el pueblo ha pasado buena noche sin visitas a urgencias ni al hospital, y me avisa de que han llegado los resultados y respuestas que esperaba.  El teléfono empieza a sonar y me obliga a organizar las citas para hoy.  Llega mi compañera de enfermería, y, al poco rato, llegan ellos.

El primer paciente activa mi atención y empieza a llenar mi consulta vacía.  Uno tras otro desfilan mientras la pantalla va bajando y bajan también los folios en la impresora; mi mesa se llena de artilugios y notas y la silla va sosteniendo conversaciones, dolor, recuperación y sufrimiento conforme avanzan las horas.

Las paredes han visto como drenamos un absceso, infiltro una rodilla, retrato los criminales cambios en la piel, rebusco en un oído con sordera inexplicable, ausculto los pulmones jóvenes o ancianos, presiono el abdomen dolorido de hace días...

Se escuchan preocupaciones varias, resoplidos por esa tensión que no hay manera de domar, felicitaciones porque alguien sigue sin fumar, risas compartidas, a veces llantos inevitables.  Creo que se me oyó pensar mientras miraba esa radiografía de tórax o ese resultado de analítica plagado de asteriscos.

Cuando sale el último paciente, mi maletín y yo salimos tras él.  Vamos a visitar a un paciente que no puede llegar a la consulta con sus cansadas piernas, y luego a una señora que camina hacia la muerte sin moverse de su cama.  Los timbres me preguntan al llegar "¿qui es?", y yo, no digo que soy "la metge", digo que "soy María" y se me entiende mejor y las puertas se abren. No importa cuanto peso lleve, siempre hay una escalera que subir en una casa de pueblo, siempre.  Las casas me suelen ofrecer las respuestas que les pido y allí recojo las preguntas que los pacientes lanzan.  Estoy el tiempo necesario y vuelvo al consultorio, avisando de que otro día volveré, a veces bromeando digo "a ver si para entonces ya tenéis instalado el ascensor".  El ordenador registra los datos que le traigo y por fin puedo apagarlo.  Repongo, limpio, recojo los bártulos, cierro las persianas y las puertas mientras pienso "hasta mañana".  

En el silencio del coche aprovecho para reflexionar, rezar y respirar hondo. He encontrado un lugar donde ser médica rural de las que no llevan bata, una médica que disfruta en su trabajo, que no para quieta pero ya no se cansa.  El coche me devuelve sigiloso a casa, y ahora quiero ser mamá, hija, pareja, amiga, hermana.. y volveré a ser médica mañana.  He encontrado mi sitio, creo, y no me lo esperaba.



miércoles, 19 de febrero de 2025

19/02/2025: Lo que callo y oculto en la consulta

Mi paciente con depresión no sabe que la engaño.  

No sabe que la escucho con la pena a flor de piel, no sabe que la miro más allá de la consulta y veo esa vida que relata con dolor.  No sabe que la cito cuando nadie más está en el consultorio, cuando el tiempo es absolutamente suyo.   

Si supiera que cojo todo el aire que puedo antes de que entre, como buscando el valor que me falta para recibirla con una sonrisa...  Si supiese que analizo sus andares, su aspecto y hasta el timbre de su voz, buscando en vano signos de mejoría.  Me desespera saber que fue una persona feliz en el pasado.  Ni el último antidepresivo, ni los ansiolíticos, ni por supuesto yo misma, hemos sabido darle una respuesta, y acude a hurtadillas a ver a otros profesionales que, igual que yo, siguen intentando ayudarla.

Un día me pidió perdón por "vomitar sus penas" conmigo.  Para poder mentirle descaradamente a la cara, le cogí la mano, la miré a los ojos y le dije: "tranquila, he escuchado tantas cosas que soy casi de piedra".  Le mentí, le dije que no se preocupase por mi, que conmigo puede hablar de lo que quiera y que puede venir a llorar un rato si lo necesita; como si yo fuese inmune al sufrimiento que destila. 

Yo también quiero creérmelo, quiero ser de piedra, pero no lo soy. Cada vez que viene me deja dolorido el pecho, cada vez que se va cierro con fuerza los ojos tratando de contener las lágrimas.  Si me viera apretar los puños con fuerza debajo de la mesa mientras ella llora en silencio... Si supiese que al escucharla decir que todo le da igual me desgarro por dentro mirando a sus hijos... No se imagina el impacto que causa en mis oídos cuando dice "ruina" "culpa" "desgracia" "muerte". Ella no puede pensar en nadie, pero yo hoy no paro de pensar en ella.  La empatía es una losa que en la compasión se apoya, pero ¡ojalá ser "de piedra" un rato! Ojalá...



martes, 4 de febrero de 2025

04/02/2025: Mi examen MIR, el examen MIR, elegIR.

Hace unos días tuvo lugar el examen de acceso a la formación sanitaria especializada.  Son exámenes centralizados que realizan cada año los graduados en ciencias de la salud al finalizar su carrera universitaria.  Los preparan concienzudamente durante muchos meses con el objetivo de obtener una plaza de interno residente (IR) en la especialidad que más les atraiga y en el centro del sistema nacional de salud que deseen.  Así, cada grupo de graduados se presenta a un examen que no está preparado para demostrar conocimiento ni mucho menos habilidad, si no para asignarle un número de orden entre todos los aspirantes de su categoría.  Los biólogos, bioquímicos y biotecnólogos se examinan del BIR, los químicos del QIR, los físicos del RFIR, los psicólogos del PIR, los farmacéuticos del FIR, los enfermeros del EIR y los médicos del MIR.

Yo soy médica, y hace ahora 6 años que superé mi examen MIR para elegir mi plaza en Medicina Familiar y Comunitaria.  Digo superé no tanto por el resultado (ya no recuerdo exactamente cuánto acerté ni mi número de orden), sino más bien por el proceso previo.  Supuso 18 meses de estudio y preparación específica previa al día de mi examen, sacrificar mucho, dormir poco.  Recuerdo temblar aquel día, rezar pidiendo un poco de justicia para todos antes de empezar a leer las preguntas, terminarlo cuatro horas después y salir a toda prisa para buscar entre el gentío a mis padres y a mi hermano y decirles "¡ya está, por fin!".  Recuerdo que me daba igual cómo me había salido, el examen no tuvo capacidad para reflejar el tremendo esfuerzo que hice, no estaba satisfecha, pero me sentí libre.

Hace unos días, ya con mi especialidad y en la comodidad de mi centro de salud, me senté frente al examen MIR de este año.  Sin ánimo de torturarme, ni de demostrarme a mi misma ni a nadie absolutamente nada.  Repito el examen cada año intentando ponerme en la piel de los estudiantes que se presentan, tratando de reconectar con sus sensaciones y la experiencia de enfrentarte a un examen de más de 200 preguntas tipo test que hace dudar de todo.  Sólo lo hago por si un día tengo el privilegio de trabajar con estudiantes que preparan este examen, o con residentes que han pasado por él y llegan hasta mí.

Este año el examen MIR fue más complicado que los anteriores en mi opinión y la de muchos otros.  No pretendo analizarlo, yo nunca pensé que estos exámenes fueran la estrategia adecuada para ordenar la vocación y la ilusión de tantos estudiantes.  ¿Está más capacitado para elegir su especialidad acertadamente un estudiante que es capaz de estar concentrado durante 4 horas y media para resolver correctamente 210 preguntas test muy alejadas de la medicina generalista, con 4 opciones de respuesta y sólo una correcta, que otro estudiante que, aunque incapaz de acertar poco más de la mitad sueña con ser un excelente (inserte la especialidad médica/quirúrgica que usted quiera) y muestra aptitud práctica para ello?  Duda razonable al menos.

Pero lo que me trae de nuevo hasta mi diario no es el examen, es la preocupación por lo que ocurre tras la prueba, tras la elección.  Después de todo este periplo por el que yo también transité, difícilmente entiendo que se produzcan tantas renuncias de plazas MIR. Y no hablo sólo de opositores que no cogen plaza el día de la elección cediendo su turno al siguiente, (aunque el porcentaje de estas renuncias se incrementa cada año, superando el 18% el año pasado, y eso asusta).  Hablo de las renuncias que ocurren después.  Me refiero a los opositores que, tras elegir una especialidad y una plaza, no se incorporan dejándola vacante, y a aquellos que abandonan tras la toma de posesión durante el primer año de residencia. Los datos de renuncias tras la adjudicación de plazas que facilita el ministerio hablan de que la mayoría se producen en los primeros 2 meses, y en cuanto a especialidades, medicina de familia por supuesto encabeza el ranking, pero es que es la especialidad mayoritaria con amplia diferencia sobre las demás, por tanto y sin aventurarme a buscar significación estadística, digo subjetivamente que en cuanto a renuncias "habrá de todo".  Lo que sí es objetivo y me obliga a la reflexión, es que en torno a 200 médicos internos residentes renuncian (no sin haberle dado una oportunidad) a la plaza que tanto esfuerzo les ha costado conseguir, y la cifra es estable desde hace 7 convocatorias al menos.

¿Qué es lo que tanto defrauda a un estudiante que ha dedicado muchos meses a preparar intensivamente el MIR, que tanto ha sacrificado por su profesión?  ¿Qué conduce a renunciar a una plaza que tantísimo esfuerzo les ha costado conseguir? ¿Qué ocurre después de renunciar? Las opciones son: emigrar a otro país donde seguir formándose o trabajando, adentrarse sin apenas experiencia en la medicina privada (residencias de ancianos, mutuas, clínicas privadas...), bajar al pozo de los contratos sin especialidad en atención primaria (todos hacemos como que no vemos bien el fondo y seguimos sacando agua de allí), o armarse de valor para repetir el examen y elegir de nuevo.

¿Dónde reside el problema de un sistema que decepciona a tantísimos y, a priori, tan altamente preparados opositores? No tengo la respuesta; pero no hace tanto tiempo que pasé por ese aro y creo que hay algo importante que debo decir. 

Las expectativas de los opositores son altas, altísimas, porque así es como la universidad, y después las academias de preparación al MIR, deben trabajar.  Sin embargo, la medicina que enseñan está orientada a la resolución de un test ("miricina"), la forma de presentar las especialidades es a través de una asignatura, un temario y un manual, la presencia de prácticas de calidad durante el grado es minoritaria, el formato de la universidad es hipersectorizada y fragmentada, incapaz de orientarse al generalismo médico, examinando tan solo sobre conocimiento teórico especializado y apenas sobre habilidades específicas y generalistas (escucha activa y comunicación, empatía y compasión, trabajo en equipo, integración de conocimientos y razonamiento clínico, gestión de la incertidumbre...).  La expectativa suele ser: bordar el MIR y elegir con la cabeza alguna de las especialidades que nos han fascinado sobre el papel, y eso es muy exigente con uno mismo en el presente y con la medicina a futuro.  

La realidad es que desconocemos buena parte de las especialidades in vivo, disponemos de un ensayo in vitro que nos entregan por fascículos.  Nos preguntamos cual es la especialidad hecha para nosotros cuando la pregunta puede ser formulada de otra forma: ¿para qué especialidades estoy hecha yo? Estoy segura de que no es una pregunta de respuesta única, estoy segura de que un mismo médico puede ser brillante, y aún más importante, puede ser feliz, en diferentes especialidades.  Pero para dar respuesta a esta pregunta, el esfuerzo es importante, las expectativas propias y respecto a la residencia deben situarse correctamente y eso sólo puede hacerse con autoconocimiento e información, muchísima información.

Me voy a atrever a recomendar a los opositores lo que a mí me hubiera gustado que alguien me recomendase en el postMIR.  Quizá sea buena idea, después de un tiempo de obligada desconexión, aprovechar los meses previos a la elección de plaza para recolectar información de primera mano y resetear las expectativas si fuera necesario.

En ese momento no se pierde nada por interesarse por las especialidades que habían quedado en un segundo plano, igual que los centros docentes que por estar algo más alejados no eran tan atractivos.  Es muy importante preguntar a las personas indicadas, y ante la duda, preguntar más o a más gente.  Preguntad a los residentes mayores que ya conocen bien la situación, pero como pueden estar cansados preguntad también a los residentes pequeños y buscad lo que les ilusiona tanto, preguntadles a todos si volverían a elegir su especialidad en ese mismo lugar.  Preguntad a los tutores, preguntad a los responsables docentes, preguntad a otros profesionales sanitarios que en cada servicio o centro compartan el tiempo de formación con los residentes.  Si se produce la oportunidad de compartir un rato asistencial con un colega, en el escenario donde trabaja, probablemente sea buena idea quedarse y ver qué sensaciones llegan.

Las preguntas habituales no cambian, y son importantes, y entiendo que deben hacerse en cada unidad docente que se visita.  Cuántos cursos, cuántos meses de rotación externa, cuántos residentes somos (quieres preguntar si hay buen ambiente pero sólo puedes intuirlo), cuánto sueldo (suele ser poco, no asustarse), cuántas guardias al mes (suelen ser muchas, asustarse), cuánto dormimos y cuánto libramos (preguntas eso para no decir ¿habéis abolido la esclavitud?)... Y en el caso de medicina de familia suele añadirse: cuánta cirugía menor, cuánta ecografía, cuánta comunitaria, cuántos meses en el centro de salud...

Hoy sé que lo más importante no es el cuánto, sino el cómo.  Hoy sé que haría una ruta por los centros de salud y pondría en el punto de mira a los tutores, preguntaría: cómo os mantenéis actualizados, cómo se organiza la consulta y el equipo, si tengo mi espacio, qué es lo que te ha llevado a ser MFyC y a ser tutor/a, si puedo quedarme una mañana a tu lado.  Sé que iría a la urgencia del hospital a preguntar: cómo son las guardias, cómo voy a aprender, quién estará conmigo... Quizá me quedase una tarde...  Sé que iría a la unidad docente y buscaría información sobre qué actividades promueven, cómo son los cursos, en qué momento, cómo puedo investigar, qué respaldo tendré si tengo un problema.

En definitiva, creo que preguntar mucho es una salvaguarda frente a las renuncias, porque aquello que tiene mayor capacidad para desilusionar es lo que no se conocía bien. Creo además que hay que dejarse sorprender por los lugares y las especialidades que despiertan algo de curiosidad realista en nosotros, aunque no sean las más populares o prestigiosas. Por último, conviene no olvidar que ser un médico o un cirujano feliz depende en buena medida de uno mismo, y puede ocurrir en diferentes escenarios, incluso insospechados.

Querido diario, yo hice muchísimas preguntas, tuve la suerte de acertar de pleno en mi elección (que no era mi primera opción durante la carrera) y que mi residencia superase con creces mis expectativas.  Pero sé que es complicado, sé que lo ponen complicado, sé que equivocarse o decepcionarse entra dentro de lo posible.  La única forma que se me ocurre de minimizar el error o el desencanto es disponer de la máxima cantidad de información fiable (interrogándose a uno mismo y preguntando a todo quisqui), y con esto, hacer la mejor gestión posible de las expectativas.  Creo que la residencia, ya sea en el centro de salud más humilde o en el quirófano del hospital más puntero, trata de desaprender la medicina heroica que resiste sobre el papel para empezar a aprender a ser médicos o cirujanos imperfectos pero reales y felices.  Elegir es un ejercicio de razón y humildad, elegIR la especialidad es mucho más difícil que el examen MIR, y este año, ya es decir.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

21/11/2024: Los médicos de hoy en día… ¿a qué estamos dispuestos?

Hace algunas semanas escuché una entrevista radiofónica en la que un experimentado médico de familia se aventuraba a afirmar que “los médicos de hoy en día no son como los de antes”. Esta frase que, a priori, parece una obviedad si quiere decir que las profesiones cambian adaptándose a los tiempos y a los contextos, se llenó de connotaciones negativas a lo largo de la entrevista, con un colofón en el que se afirmaba que los jóvenes médicos de familia no estamos tan dispuestos a trabajar como aquellos médicos que iniciaron su carrera profesional hace más de 30 años. No sólo es el testimonio de este compañero, también escucho sentencias similares en otros muchos lugares y por boca de otras muchas personas. Me refiero a afirmaciones como “no quieren coger el coche para ir a trabajar”, “no les gusta el medio rural”, “no quieren hacer guardias”, “no quieren coger contratos de atención continuada”. Creo que se alimentan de titulares como: “quedan desiertas 150 plazas de atención primaria”, “movilizaciones por la falta de médicos”, “situación crítica por vacantes de médicos” … Saben a lo que me refiero, ¿verdad? Porque, quien más quien menos, ha leído alguna noticia sobre la situación actual de la atención primaria, y puede que vaya intuyendo que existe un problema real. No es difícil darse cuenta de que estos titulares y soflamas manejan la información de una forma superficial y endeble hasta darle una forma alarmista a un problema que se anunciaba hace ya más de 10 años.  Un problema con el que convivimos, resignados o enfurecidos, según la posición y el carácter de cada cual.

Yo confieso que tengo ratos de resignación, pero la entrevista me enfureció sobremanera. Precisamente porque me identifico como médica de familia joven, comprometida con la profesión y con los pacientes, aunque mi compromiso organizativo (es decir, con la empresa) esté por los suelos. Oigo muchas quejas, muchas críticas, muchos malos augurios para los médicos como yo, pero apenas escucho propuestas de mejora.

Me hubiera encantado sentarme en la mesa de esa entrevista, participar del debate, hablar de tú a tú con ese médico que parece que ha perdido la esperanza e intentar comprenderlo.  ¿Sólo yo opino que faltan médicos jóvenes participando del debate? Hoy voy a escribir, hoy le voy a escribir, tan sólo mi punto de vista, tan sólo aquello que desearía que supiera todo el que se queja, critica o presagia nuestros desastres. Sencillamente voy a exponer aquellas cosas que estoy dispuesta a hacer para mejorar el panorama actual de nuestra atención primaria, para que mi compañero vea que no está tan sólo como le parece.

Estoy dispuesta a desplazarme para acudir a mi puesto de trabajo, de hecho, lo hago diariamente hasta un pueblecito a 35 km de mi casa. Estoy dispuesta a seguir utilizando mi propio vehículo personal en mi trabajo, incluso para realizar la asistencia urgente a pacientes, y a soportar los gastos de gasolina y mantenimiento de este sin que sea reconocido ni retribuido, como hacen cientos de compañeros en silencio.

Estoy dispuesta a trabajar en el medio rural, como de hecho trabajo, a sabiendas de que no disponemos de los mismos recursos y de la distancia que me separa de muchos servicios que son fundamentales para la salud de mis pacientes. Estoy trabajando sin dermatoscopio, sin ecógrafo, sin bisturí eléctrico, y lo que es de verdad grave, sin electrocardiograma en mi consultorio (el más cercano está a 10 km). Estoy dispuesta a seguir ejerciendo en el medio rural, donde las poblaciones no suelen superar los 1000 pacientes por médico, sólo allí encuentro el último reducto donde ejercer mi profesión con cierta serenidad sin sobrecargas de agenda, dando a cada cual el tiempo que necesita, siendo accesible y sin lista de espera. 

Estoy dispuesta a asumir la formación de profesionales residentes con una remuneración mínima, sin tiempo designado a la actividad docente (como de hecho muchos compañeros están haciendo). No podemos seguir formando a la mayoría de nuestros médicos en el medio urbano y esperar que al terminar su especialidad decidan mudarse al medio rural que desconocen, porque allí es donde más necesidad tenemos. Si no se valora lo que no se conoce, ¿Qué salida laboral esperan que valoren nuestros residentes?

Estoy dispuesta a compaginar mi trabajo en la consulta con las guardias (jornadas atención continuada de 17 horas), como de hecho hago, sabiendo que puede surgir una emergencia en medio de la noche y que tendremos que salir con el coche del centro de salud y puedo terminar incluso subida en una ambulancia. Pero necesito saber que puedo descansar al día siguiente (librar la guardia) y no estoy dispuesta a soportar turnos de atención continuada que pueden llegar a superar las 48 y hasta 72 horas encerrada en el centro de salud. No puede pagar el paciente un despiste que tuve por agotamiento.

Estoy dispuesta a trabajar algunos fines de semana y festivos, pero no estoy dispuesta a aceptar contratos exclusivamente de atención continuada. Me he formado en medicina familiar y comunitaria y mi profesión consiste en la atención longitudinal a los pacientes, no en trabajar cubriendo los huecos, cada día en una consulta y encadenando guardias los fines de semana y todos los festivos del año. Es imperativo cuidar a los profesionales que se encuentran trabajando de esta forma, no se merecen ser profesionales de segunda cuando están solucionando un problema estructural al que hay que encontrar otra solución.  Creo que debo asumir, junto con todos mis compañeros, la cobertura de una atención continuada que no puede ser responsabilidad de tan solo unos pocos médicos, ni de la urgencia hospitalaria.

Estoy dispuesta a trabajar con contratos temporales cuando esa es la necesidad existente. Pero perdonen que exponga mis dudas. No consigo entender por qué en mi comunidad se convoca un examen de oposición con más de 200 vacantes ofertadas y se decide adjudicar solamente 25 de ellas, para seguir abandonando al resto a la temporalidad.  Estoy dispuesta a aprobar también la siguiente oposición, claro que sí, es la única vía que me llevará a la longitudinalidad que ansío, pero no estoy dispuesta a escuchar sandeces sobre contratos que se dejan desiertos.

Estoy dispuesta a seguir acudiendo a sus llamamientos centralizados para cubrir las vacantes de otros médicos de familia, a sabiendas de que los hacen con la mínima anticipación (sacan la convocatoria oficial con menos de 24 horas de antelación), sin baremación previa de los méritos de los profesionales (se valoran tan solo una vez al año, cuando conviene), e incluso teniendo que estar en el paro o con contratos de días sueltos hasta que los convoquen. No estoy dispuesta a seguir encubriendo que las “movilizaciones” del personal sanitario se hacen siempre de esta manera, tarde y mal.

Estoy dispuesta a todo esto, y probablemente mucho más, si todos mis compañeros trabajan conmigo en igualdad de condiciones, minimizando las tremendas diferencias entre los profesionales rurales y urbanos, equiparando los derechos del personal fijo y el eventual o temporal. 

Esta es mi declaración de intenciones, la mía. Cada cual tiene la suya propia y deberían escuchar la de muchos de mis jóvenes compañeros para encontrar solución a esta “falta” de médicos. Para sorpresa de nadie, las condiciones de nuestro trabajo entre otros factores hacen que muchos compañeros jóvenes médicos de familia estén eligiendo la medicina privada, el trabajo en urgencias extrahospitalarias u hospitalarias, muchos repitan el examen MIR para hacer otra especialidad o emigren a otros países donde el trato es algo mejor. Los médicos que les faltan son los que dejan escapar; no lo digo yo, lo dice por ejemplo Juan Simó aquí: el super-bulo de la falta de médicos. 

Así que, sí, los médicos jóvenes de hoy en día hemos cambiado, como cabía esperar. No somos ni mejores ni peores, somos protagonistas de un escenario muy distinto.  Venimos de un proceso selectivo muy exigente para entrar en la universidad que culmina con una elección de la especialidad tremendamente sesgada. Cuando por fin nos convertimos en médicos de familia, hay tantos lugares en los que podemos trabajar que nos vemos en la tesitura de elegir, y hacerlo bien.  Tras el salto al mundo laboral nos encontramos, casi antes de empezar, con el desprestigio y las carencias de nuestra atención primaria que hacen sencillo instalarse en la cultura de la queja y no iniciar movilizaciones activas (que echo en falta).  Ojalá las herramientas (sindicatos, sociedades científicas, movimientos…), que tienen capacidad para organizar el relevo de la generación que abrió camino con la nuestra, lo hagan. Porque hacen falta cambios y obligatoriamente pasarán por nosotros.  Nuestra disposición, no será en absoluto incondicional, entonces me queda la duda… ¿vosotros, hasta dónde estáis dispuestos a llegar?

sábado, 16 de noviembre de 2024

16/11/2024: ¿Te apuntas conmigo? A propósito de mi caso

El viaje en tren después de un congreso es para mí un momento perfecto para la reflexión. Vengo del 44° congreso de la Sociedad Española de Medicina de Familia celebrado en Barcelona.

Si empiezo por el principio hace casi un año que empieza el proyecto que hoy no sé si se termina o por fin se inaugura.  Fue entonces cuando un mensaje de un buen amigo proponía una nueva aventura juntos: coordinar un monografico sobre laboratorio clínico en atención primaria (tema interesantísimo a mi parecer), en una revista de tirada nacional.  A priori el vértigo me inmovilizó, me abrumaba la responsabilidad y la carga de trabajo previsibles, y tuve miedo de no dar la talla y de verme obligada a sacrificar tiempo y esfuerzos sin éxito.  Pero como no me falta valor o inconsciencia (aún hoy no lo tengo claro), dije que sí, porque me cuesta mucho decir que no (y más a Carlos), y porque sabía que un proyecto tan interesante tenía la capacidad de volver a introducirme en el hábito del estudio, la lectura crítica, el trabajo en equipo y el disfrute de la medicina más allá de la consulta. 

Y así fue, acepté la propuesta de Carlos (se veía venir), confiando en que su compañía siguiera trayéndome golpes de suerte, como hace siempre.

Siguieron 11 meses de trabajo, estimulante y gratificante, no exento de tropiezos superados de la mano de mi socio; un trabajo que ha llegado a término de una forma espectacular.

Esta experiencia me ha permitido conocer a personas excepcionales, aprender no solo contenidos interesantísimos y de alto valor para mi profesión, sino también metodología de trabajo y de comunicación, estilos de redacción, normas de publicación...  Me ha acercado a autores impresionantes, que han hecho fácil un trabajo verdaderamente dificil.  He trabajado de noche, de día, en la consulta, en las guardias, sola, acompañada y hasta con una bebé colgando.  He leído innumerables artículos, borradores, notas, libros... He redactado miles de mensajes y correos que bien podrían haber hecho desesperar a mí compañero de fatigas, que ha sido tremendamente paciente y comprensivo como sólo puede serlo alguien que te aprecia de verdad.

Y cuando el trabajo de coordinación, redacción y revisión se terminó, culminamos con la presentación del monográfico en un congreso nacional que hace 6 años me recibió como médica residente, hace 3 me vió exponer este Diario ante una comunidad cientifica de profesionales que respeto, hoy me permite ser ponente en compañia de médicos a los que admiro, e incluso disfrutar de las ponencias de auténticas eminencias que al bajar de la tribuna se hacen uno de tantos.  Los congresos tienen el poder de reunir al personaje más pequeño junto al grande en una misma mesa.  Este congreso tiene el valor de hacerlo sin que medie financiación de la industria farmacéutica, libre de humos que intoxican.  El congreso Semfyc es punto de reunión de médicos de familia de toda España, es una inyección de entusiasmo para los que llegamos cansados y agobiados, una reafirmación del inmenso valor de la medicina de familia para los que tenemos la suerte de venir con optimismo.

Este congreso en Barcelona ha sido una experiencia inolvidable y, seguramente, no sólo para mí.  Mi participación en el monográfico de una revista como AMF (Actualización en Medicina de Familia) también la recordaré siempre con cariño.

Visto en perspectiva, ha merecido la pena decirle  que sí a Carlos y decirme que sí a mí.  Espero recordar en adelante que cuando un compañero propone un proyecto interesante, un curso, un congreso, una sesión, una lectura o cualquier aventura compartida, tendré que decirle que SÍ

viernes, 20 de septiembre de 2024

20/09/2024: Agradecimientos a mi primer destino rural


Hace un par de años yo era médica de familia urbana, y estaba tremendamente cansada. Mi vocación temblequeaba y me empujaba a abandonar y cambiar de especialidad. Pero por misteriosas razones, hace 9 meses decidí dar la ultima oportunidad a la medicina de familia acercándome al mundo rural.  Nunca me había resultado atractivo, sin embargo la medicina rural parecía el único refugio posible donde hacer medicina de la forma en que yo la entiendo.


Resultó que había tres pequeños pueblecitos de Teruel que se quedaban sin su médica, y aunque llegar hasta ellos en coche era complicado, prometían buenas vistas y muy buena gente, así que me lancé a la aventura.   Y hasta hoy, que me tengo que marchar porque aprobar una oposición, acumular méritos que aún nadie ha revisado y trabajar agusto con los compañeros y los pacientes no es suficiente para poder quedarme aquí; y alguien vendrá que un día también tendrá que marcharse.  Me voy a otro pueblecito a unos 30 km, con buenas vistas y buena gente a seguir enamorándome de la medicina rural un ratito más.  


No pretendo quejarme porque de nada sirve, no pretendo despedirme porque creo que volveré un día de estos.  Digamos que quiero compartir un resumen de mi experiencia y lanzar un grito en defensa de la medicina rural.


Aquí, en pueblos a los que sólo llegan carreteras serpenteantes, he descubierto que aún hay lugares en los que el tiempo por paciente puede ser el que cada cual necesite, donde no se trabaja con prisas todos los días.  Hay una medicina que, aunque no lo tiene todo a mano, tira de ingenio y sale adelante, hay una medicina que siempre va con las llaves, el ordenador y el maletín a cuestas, que depende del coche y de la climatología, que no lleva bata y va del forro polar al chaleco reflectante.  Hay una medicina que hace espaldas con enfermería, que trabaja codo con codo con la farmacia comunitaria, que se entiende bien con trabajo social.  La medicina rural me ha hecho dejar de ser la Dra Escorihuela, porque aquí tengo el honor de ser, sólo o además, María.


He tenido la suerte de conocer a unos pocos pacientes nuevos, unos han nacido mientras he estado aquí, otros han sufrido pero ya se encuentran mejor, otros tienen dolores que aún no han remitido y a unos cuantos los he acompañado hasta su muerte.  Quiero agradecer a todos ellos su paciencia cuando no me aprendo sus nombres a la primera ¡ni a la quinta!, agradezco las muchas docenas de huevos de corral, aceitunas y hortalizas que traen a escondidas a la consulta, agradezco la confianza que hay detrás de "dame cita un dia que estés tú" y el cariño del "si te vas a otro pueblo nos vamos contigo". Gracias por hablar en castellano en la consulta aunque os guste más el chapurriau que yo no manejo, y gracias a quien me dijo: "no hablarás como nosotros pero nos entiendes como nadie".  Gracias a todos por llenar mi consulta de momentos preciosos. 


He tenido la suerte de contar con los farmacéuticos que están al tanto de todas las medicaciones y recetas de los tres pueblos cuando yo no llego, con los alguaciles y los ayuntamientos que me cuidan los consultorios y pregonan mis horarios, con la trabajadora social que pasa para comentar los casos peliagudos, con las enfermeras que conocen el terreno y han sido mis guías tantas veces, con las administrativos que pilotan desde el otro lado del teléfono lo que les echen, con los compañeros médicos y los coordinadores que soportan más peso del que deben cuando la empresa no responde; cuento hasta con la tendera y los del bar del pueblo que me ayudan a reponer fuerzas.  Y es que aquí todos se conocen, todos te conocen y son accesibles, gracias a todos por ponerlo fácil y hacer que no quiera marcharme.


He aprendido muchas cosas gracias a vencer el miedo y la pereza iniciales que da formarse como médica en la ciudad y acabar trabajando en un pueblo.  He aprendido a ser más autosuficiente en consulta, a gestionar mis tiempos y los recursos menos accesibles, a estar sola a sabiendas de que siempre ha estado el equipo cerca de mi. 


No fue fácil venir hasta aquí, pero más difícil será marcharme ahora.  Nunca quise ser médica de pueblo como mi madre, y ahora creo haber encontrado mi sitio en el mundo rural.  No recordaba el nombre de estos pueblos de Teruel y ahora sé que no los olvidaré nunca.


He cambiado de opinión respecto a la medicina rural, he descubierto que me encanta y que debemos protegerla porque plantea suficientes retos como para necesitar a profesionales excelentes que la defiendan.  Por eso ahora, aunque cambio de pueblo, cambio de equipo y cambio de aires; la medicina rural no la cambio por nada.


Hasta pronto Fórnoles, hasta la vista Ráfales y hasta siempre La Portellada.



miércoles, 22 de mayo de 2024

22/05/2024: Mi primer aviso en mi primera guardia en mi primer destino rural

José fue mi primer aviso en mi primera guardia en mi primer destino rural.  Su familia avisó por fiebre y mal estado general así que, entrada la noche, salimos con los bártulos en el coche hacia el pueblo donde yo pasaría consulta cada mañana.  José, que entonces era para mí tan sólo un anciano con insuficiencia renal, respiratoria y cardiaca crónicas y avanzadas, tiritaba en su cama.  Estaba visiblemente afectado por un problema sobrevenido distinto a los altibajos a los que ya debía enfrentarse día a día.   Me presenté, como la médica de guardia y su médica a partir de entonces, lo exploré en profundidad intentando encontrar el foco de infección que había desencadenado todo aquello.  Hablamos con sus familiares sobre el posible origen del suceso y las complicaciones que ya se habían presentado y las que aún podían aparecer.  Fui sincera cuando les dije que cumplía criterios de ingreso pero que, sabiendo que podía ir a verlo a casa en los días posteriores, me podía comprometer a intentar tratar en domicilio y ver si podíamos evitar el traslado al hospital.   No se lo pensaron ni un segundo, José quería estar en su casa, así que quedamos en llamarnos al día siguiente y vernos a días alternos.

Pasó una semana y José volvió a ser el que era.  Pasó un mes y fui conociéndole a él y a sus familiares que, dado el buen pie con el que por suerte empezamos, me confiaban también sus propios problemas de salud.  

Pasó otro mes y José volvió a empeorar.  Esta vez vino a la consulta, con algunos kilos menos, desanimado, con un dolor nuevo, con la piel de ese color que sólo una enfermedad silente y grave puede tatuar.  Él sospechaba un cáncer pero no me lo dijo, yo sospeché un tumor que no le nombré.  

Pedimos los estudios menos invasivos para confirmar que el cáncer estaba justo donde yo pensé, justo donde a él le dolía, injustamente avanzado, extendido y complicado.  

Fui a su casa, reuní todo el valor que pude y reuní a toda su familia.  José quería oír de mí un diagnóstico que él ya tenía prácticamente confirmado.  Lo dije, sonó como un disparo y después sólo se oyó un silencio.  José no se sorprendió en absoluto, sabía que no había más pruebas que hacer, que no había cura.  Sólo tenía una pregunta para mí: "¿Cuánto me queda?".

Y yo no tuve respuesta en ese momento, porque nadie la tiene: "siento decir que no lo sé, por cómo estás supongo que entre unas semanas o pocos meses José, no sé cuándo nos despediremos pero sí sé que todos estaremos contigo si tú quieres".  

Desde entonces nos vimos todas las semanas en su casa.  Decidió quedarse en el pueblo rodeado de su gente siempre.  Las cosas se fueron complicando tal y como esperábamos: edemas, sangrado, obstrucción, dolor, maldito dolor... pero lo fuimos controlando con fármacos cada vez más potentes y la ayuda de una red de familiares cada vez más entregados al cuidado de José.  La casa se transformó en ese lugar donde hay alguien que espera morir rodeado de cariño, el sillón y la cama de José se volvieron eje central del día a día, vino familia de lejos, hubo noches difíciles, hubo despedidas y lágrimas, también hubo sonrisas y hubo una médica pesada que llamaba por teléfono y se pasaba por allí cada semana, "nunca ha venido una mujer a verme tantas veces" decía y me sonreía.

Y llegó esa visita en la que supe que a José sólo le quedaban unos días más.  Ahora que el dolor solo estaba parcialmente controlado, y que aún estaba despierto tenía que preguntarle: "José, no queda mucho y lo sabes.  Ahora tienes el privilegio de escoger si quieres terminar dormido o quieres estar despierto siempre que se pueda, necesito saberlo para preparar tu medicación y dejarlo todo escrito".  Él me pidió por favor que no le pusiera nada para dormir, sólo para el dolor y los síntomas que viniesen.  Iba a despedirme y marcharme pero entonces entró su bisnieto recién nacido en la habitación para pasar un minuto en sus brazos.  Vi llorar al bebé y a José, que triste y feliz al mismo tiempo lo sostenía y lo mecía.  Entendí bien porqué me pedía aquello, amaba la vida, pero comprendía y esperaba la muerte con total serenidad.

Hicimos lo que nos dijo, cuando ya no pudo tomarse la medicación, una palomilla azul la dejaba bajo su piel haciendo que el dolor desapareciera y así, dándole los últimos días que pidió, nos despedimos de él.

Ahora pienso en José, le agradezco que confiase en mi de principio a fin en la enfermedad, y que me dejase ser testigo de cómo el cáncer no lo derrotó porque nunca hubo lucha alguna, porque supo vivir aceptando el final y esa fue su victoria. Le agradezco la lección, nunca sabes lo que puedes aprender de tu primer aviso, en tu primera guardia, de tu primer destino rural.

miércoles, 15 de mayo de 2024

15/05/2024: El sueño de Julio

Conocí a Julio en la casa de los geranios hace 4 meses.  Yo había leído sobre él mucha información clínica en mi ordenador.  Él había oído hablar mucho de mí, sabía que en el pueblo había una médica nueva.

Julio había empeorado en las últimas semanas y nadie sabia muy bien cual era el cabo suelto esta vez.  Quizá otra vez ese proceso hematológico que le bajaba el hematocrito y el ánimo. Quizá otra vez sangraba por alguna de sus heridas ocultas, o tal vez era su hígado, tremendamente castigado por los errores del pasado, que volvía a protestar con una huelga.  En un primer contacto pude ver que era un paciente frágil pero con una red social fuerte de cuidadores entregados a la causa que seguro nos iban a resultar de gran ayuda.  

Pedí una analítica urgente y volví con los resultados a la casa de los geranios.  El hígado parecía desestabilizarse tanto como lo hacía Julio.  A días desorientado, a días alterado, a días dormido, nos fuimos viendo e intentando que la medicación le devolviera la estabilidad que su hígado le negaba.  En los periodos de lucidez hablamos de tantas cosas.. Hablamos del pueblo, de lo que hace una chica como yo en un sitio como éste, de las lejanas tierras donde el nació y las fincas que allí quedan, de lo que hace un hombre como él tan lejos de su cuna... Nos reímos viendo fotos y videos de mi hija, y nos confesamos: yo era su medica favorita y él mi hepatopaciente predilecto.  Hablamos de qué hacer cuando estos bajones que lo postraban en la cama varios días se hicieran mas frecuentes y mas acusados, cuando el ocaso nos encontrase.  Me ofrecí a acompañarle siempre en su casa hasta ese momento y a él le pareció el mejor de los finales posibles.  Nos abrazábamos para despedirnos los viernes antes del fin de semana.  Eran abrazos cada vez mas fuertes que un buen día decidió acompañar de un “mi corazón va contigo” y yo solo acerté a pensar “entonces un trocito del mio te lo dejo por aquí”.

Seguí visitando a Julio todos los viernes, siendo testigo de sus altibajos e intentando amortiguarlos en lo posible.  El amarillo del ocaso se incrustó en su piel, induciéndole cada vez más y más sueño.  Estaba muy despierto cuando tuvimos nuestra última conversación sobre esa comida que le apetecía compartir conmigo en su tierra, quería que acudiera con mi hija, en calidad de amiga y no de médica, y sobre todo, que no le dijese a nadie que se estaba muriendo.  Los dos sabíamos que no habría tiempo para todo aquello, pero aún así me hizo prometer que lo intentariamos y que no se me olvidaría, supongo que para cerciorarse de quedar en mi recuerdo, aunque eso ya lo tenia asegurado.

Y ese mismo día se durmió, como se había dormido otras veces en un sueño encefalopático que lo devolvía más débil y cansado a la vigilia días después.  Ese día se durmió, y al ir a verlo supe que no se despertaría.  Me acerqué para decirle “adiós Julio” sin saber si me oiría.  Abrió los ojos un instante y los volvió a cerrar confirmándome que ahora ya estaba preparado para no despertar.  Y no lo hizo.  Julio ya no está.  En la casa de los geranios queda una mujer que aún sin recuerdos lo echa de menos, queda una cuidadora que entre llantos puede estar orgullosa de haber proporcionado cuidados paliativos de calidad,  queda un familiar que siempre se acordará de su tío Julio, y quedo yo, que les he prometido que seguiré muy cerca por si me necesitan. 

Estoy triste porque no sé a quién le daré el abrazo de los viernes si no es a Julio, quizá ese rato pueda darme una vuelta para ver los geranios y regarlos con alguna lágrima pensando en él.  Gracias Julio por estos meses en los que he tenido el honor de ser tu médica, en los que sabiendo que te ibas a marchar, decidiste quedarte conmigo para siempre.

martes, 27 de febrero de 2024

27/02/2024: La desaparición de la mesa de mi consulta.

Cuando cualquiera se imagina una consulta de una médica creo que ubica ciertas cosas siempre en la misma disposición.  Venga, imagina una consulta.  No sé si estarás viendo por allí un fonendoscopio, no sé si la camilla está a la derecha o a la izquierda, no sé dónde has colocado los libros que siempre tenemos para consultar ni dónde metiste la impresora.  Pero lo que sí sé es que has colocado una mesa y la has puesto bien centrada posiblemente, a un lado has colocado al médico en su silla, frente al ordenador y en el otro lado has puesto una silla para el paciente o te has sentado tú.  

La silla es más importante que el fonendoscopio tanto para ti como para mi, sentarse a hablar y a escuchar es la parte que nos corresponde a ti y a mi en casi cualquier consulta.  La mesa, sin embargo... Sirve de apoyo a ese ordenador que tanto nos absorbe exigiendo registrar todo lo que hacemos, sirve para marcar una distancia algunas veces necesaria, nos ubica en la consulta.  Pero a veces, cuando el vínculo ha ganado fuerza, la mesa nos separa impertinente.  Por eso hay quien la coloca a un lado en su consulta, o incluso tras de sí, porque cuando tú y yo hablamos de verdad, no necesitamos la mesa. 

Tanto es así que estos días, en varias consultas, la he perdido, ha desaparecido.  Cuando entra un paciente a decirme que está pasando el duelo por un familiar agradecido por mi humilde acompañamiento en sus últimos días... no hay mesa, yo me levanto y me acerco para hablar de un tema que rebosa cercanía.  Cuando un niño pequeño viene temblando, pensando en que la médico tiene el poder de molestarle mucho en su exploración, la mesa se aparta para que yo pueda jugar unos minutos con ese pequeñín que manosea el otoscopio y el fonendoscopio ahora ya inofensivos.  Esa vez que un paciente con cáncer, uno de esos luchadores y echados para adelante, me confesó casi en un susurro que tenía miedo real de lo que pudiera pasarle, la mesa se desdibujó y nos dejó acercarnos más para escuchar en un sollozo la verdad de su enfermedad que ningún informe reflejaba.  Ese rato en el que hubo que charlar largo y tendido con un joven que corrió más riesgos de los habituales y ahora sólo encuentra remordimiento y culpa, tuve que acercarme para que dejase de sentirse lejos de todos.  Ese día que vino el señor que supera la noventena pero aún arregla tractores en su campo, a decir que no se encontraba bien, salté la mesa y todo se tornó en urgencia.

Ahora que tengo mucho más tiempo de consulta por paciente y que pongo mucha más atención y esmero en las entrevistas, me desaparece la mesa con mucha más frecuencia.  Las consultas empiezan conmigo tras ella, pero algunas veces no sé que ocurre que sólo vuelvo a sentarme frente a mi mesa cuando el paciente ya se ha ido.  Creo, que perder de vista la mesa a veces, en el caso de los médicos, no es un marcador de que seamos unos despistados.  Creo que indica que, cuando es necesario y nos lo permiten, rebasamos las barreras para acercarnos a la persona que tenemos delante, le ofrecemos escucha sincera, contacto y cercanía.  Los médicos de familia, somos, o deberíamos ser, médicos que sortean la mesa se acercan a sus pacientes con frecuencia.  Los médicos de familia no podemos ser estáticos; el dinamismo de la consulta y de nuestra relación con los pacientes exigen que nos levantemos y contactemos con los pacientes.  Perder la mesa significa acabar la consulta en una posición diferente a donde la empezamos, como escenificando la disposición de acompañar a nuestros pacientes que nos caracteriza.  Somos médicos que se levantan, se mueven y a veces pierden la mesa.



martes, 20 de febrero de 2024

20/02/2024: Medicina de familia, una especialidad mortal

Ayer falleció uno de mis pacientes.  Desde entonces ando pensando en que desde que empecé mi especialidad la muerte ha estado necesariamente presente.  Supongo que es porque todos mis pacientes se van a morir, en mi especialidad nunca daré a nadie el alta médica, no dejaré de acompañar a mis pacientes nunca, y eso implica estar a su lado en el final de sus vidas.  Aunque pudiera empezar a parecer que hablo de lo mucho que me gustan los cuidados paliativos, que son inherentes a mi profesión aunque muchos otros colegas también los desempeñan; estoy hablando de cualquier tipo de muerte, la que se prepara acompañado y la que ocurre en soledad, la que se anticipa y la que sorprende, la de casa y la del hospital, la del que tuvo suficiente y la del que deja la terrible sensación de terminar antes de tiempo.

Ayer fui a verle por última vez, ya no me veía ni creo que me oyese, lo exploré y me despedí, le dije a la familia que era incierto el tiempo que tardaría en marcharse, quizá horas, quizá días.  Murió al rato, tumbado en su cama después de más de 90 años en pie, en casa de su hijo donde se encontraba a gusto y protegido.  Murió tranquilo habiendo dicho previamente que ya valía de tanto vivir, acababa de ver a su familia cuidar de él, pero en ese momento estaba solo en la habitación o quizá estaba allí su Dios, yo no lo sé.  Murió de noche, en silencio, hubiera hecho dudar si se dormía o dejaba de respirar, porque su muerte fue el final de paz y quietud que yo le deseaba.

Ayer falleció mi paciente y me ha hecho pensar en las veces que he encontrado a la muerte en sitios y condiciones espantosas, y las que he tenido el privilegio de acompañar y que me construyen como médica de familia.

Hace 3 años falleció otro paciente.  Él estaba solo en su casa cenando y notó ese dolor bajo los botones de la camisa que ya le había dejado heridas en el corazón.  Llamó a los servicios de emergencias sabiendo que era muy grave y se dispuso a abrir la puerta en cuanto escuchó la sirena de la ambulancia en su calle, la ambulancia en la que yo llegaba.  Subimos a todo correr 4 pisos de escaleras, pero al tocar la puerta nadie abría.  Sólo el silencio respondía al timbre una y otra vez.  Y uno de nosotros, movido por la emergencia y la gravedad de lo que pasaba, mentiré y diré que empujó la puerta que se abrió, para que no se identifique un epígrafe del código penal en lo que de verdad ocurrió.   

La puerta se abrió golpeando algo tras ella, golpeándole a él, a ella, la muerte inerte en el suelo boca abajo.  Antes de morir había llamado a una familiar que estaba en camino asustada y que al llegar, en medio de las maniobras de resucitación, me encontró comprimiendo el pecho de su padre.  Las maniobras de reanimación fueron inútiles, la intubación, el monitor desfibrilador, la vía y la medicación no consiguieron revertir aquel desastre, y murió después de mucho rato intentando traerlo de vuelta entre los cinco, con una hija que callada contenía el dolor que después se convertiría en el grito más desgarrador que haya escuchado.  Esa noche volví a mi casa deshecha, no cené, apenas dormí, solo recé y lloré, como procedía.

Ahora sé que la muerte no tiene solo 1000 caras, tiene todos los rostros posibles.  Soy médica de familia y contactaré con ella con frecuencia, me prepararé para evitarla cuando sobreviene inexplicablemente y también para acompañarla cuando avisa y da sus motivos.  Por más que me prepare, reconozco que siempre me impresiona certificarla.  Confirmar que esa persona dejó de vivir y ahora ofrece frío en la piel y silencio absoluto en la auscultación, una línea plana en el electro, ausencia de movimiento en los ojos, son ojos que no miran ya, solo piden estar cerrados... Soy médica de familia y también yo siento el duelo cuando despido a un paciente, mi especialidad también acompaña de luto a la familia, mi especialidad también llora a veces, mi especialidad es mortal (del latín, que está sujeta a la muerte) pero es preciosa.



viernes, 2 de febrero de 2024

01/02/2024: Un jueves rural

Después de un par de semanas de medicina en el mundo rural creo poder decir que estoy cambiando el chip.  Aquí todo es distinto respecto a mi anterior trabajo en el medio urbano, diferente, ni mejor ni peor.  En mi momento vital actual me encuentro a gusto donde estoy, eso es lo verdaderamente relevante. 

Hoy es jueves, me dirijo en coche al pueblo más chiquitín de los tres que, junto con enfermería, tenemos a cargo.  Aparco bien pegada a sus paredes de piedra, cojo del maletero el maletín, el ordenador y la mochila, camino pocos metros para pasar bajo el arco que guarda la entrada al consultorio.   Me reciben decenas de macetas adornando la puerta y su cartel que anuncia que la consulta conmigo es hoy a primera hora.  Encuentro la llave en el manojo que custodio y la puerta abierta deja paso a unas escaleritas.  El consultorio es una bodega bajo la piedra, un espacio íntimo donde únicamente me acompaña el quemador de la estufa con su sonido, la mesa, la camilla y las sillas.  Aquí no hay cobertura, no hay línea de teléfono y no hay nadie, no hay pacientes todavía.  Ya vendrán, sé que por las ventanas me han visto llegar.  No tardaré en conocer a toda la población, pocos faltarán por acercarse a saludar.  

Después de un par de visitas es momento de recoger los bultos y marchar al coche.  Otro consultorio a menos de 10 km de carretera serpenteante entre los montes me espera.  "¡Bon día doctora!" dicen varias voces mientras mis tres maletas y yo aparcamos y abrimos las puertas, "¡Bon día!" digo mientras pienso que me gustaría aprender el idioma local.  

El sistema de cita es una fila india en la salita de espera, ellos gestionan el triaje en caso de urgencia "pasa tú que te corre más prisa" "que pase este que no tiene buena cara".  Saben que el ordenador va lento a veces, saben que ante la urgencia debo salir pitando, "ya vendremos otro día" es la mejor estrategia de gestión de la demanda.   

Hoy me han consultado toses, dolores de rodilla, cambios en la piel, tristeza porque falta un ser querido, fallos de memoria que preocupan, heridas que tardan en cerrar, una tensión arterial que se niega a bajar, molestias que han ido a mejor, ganas de volver a trabajar, análisis que son para enmarcar y otros que hay que repetir, recetas que hay que renovar con mucho cuidado...  Hoy he escuchado pulmones de 2 años y de 97.  No he curado a nadie, yo no soy tan importante aquí como creen, he cuidado no hacerles daño ante todo y a alguno lo he ayudado a mejorarse, que no es poco.

No he experimentado aún la falta tiempo en consulta, poco a poco me voy acostumbrando a decir y hacer lo que antes daba por imposible con las prisas constantes.  De momento invierto el tiempo en escuchar mucho a la gente y observar mucho el entorno, y me alivia poder hacerlo sin remordimientos.  

Soy una médica sin bata, aquí aprecio más los jerseys o el forro polar.  Soy una médica de coche y maletín, me cuesta poco decir "dentro de un rato paso a verle", "mañana iré por casa", la atención domiciliaria siempre me ha gustado y ahora tengo el tiempo que requiere.  Soy una médica para largo, he venido para quedarme tiempo, para disfrutar de la longitudinalidad.  Soy una médica rural, estoy mucho tiempo en ruta, estoy para menos gente, pero estoy para más cosas.  Soy una médica de familia feliz con su trabajo, no estoy segura de haber llegado para sanar a mis pacientes o para que sean ellos quienes me hagan sanar.



martes, 30 de enero de 2024

30/01/2024: La médica del diablo

Hoy vengo a presentaros a un paciente.  Para respetar su privacidad no lo dibujaré tal como es, no hablaré de él por su nombre ni os contaré toda la verdad porque aquí todo el mundo lo conoce.  

El primer día que llegué a pasar consulta donde él vive, tres de sus médicos anteriores me habían hablado ya de él, "ten cuidado", "es problemático", "no discutas".  Ese mismo día me llamó mi jefe para advertirme "si va, no lo veas tú sola, ten cuidado".  No os voy a engañar, tenia miedo, estaba sola, estaba asustada, el diablo al que todos tememos podía venir a verme en cualquier momento.  

Los médicos a veces tenemos miedo, miedo de no hacer las cosas bien, de la incertidumbre que nos rodea, de lo que nuestro cansancio puede hacernos y a veces, de nuestros pacientes.  No os voy a engañar, tenía mucho miedo cuando la primera llamada que recibí en ese primer día, marcaba el número del diablo en el teléfono.

Descolgué y empezó a hablar en tono bronco sin dejar apenas que me presentase.  Habló de malas experiencias con el sistema sanitario, de molestias y dolores que lo acompañan desde hace años y nadie ha podido mitigar, siguió contándome cómo la vida le ha resultado difícil de sobrellevar a él y a quienes se le han acercado, reconoció que se agarra a medicaciones peligrosas que acallan el dolor físico y mental, me confesó que hace años que no sale de su casa y que la soledad es su obligada zona de confort.  Hablaba cada vez más despacio, mientras yo simplemente hacía afirmaciones que le permitiesen saber que seguía escuchándole.  Casi exhausto tras el discurso, me permitió hacerle una pregunta: "¿quieres que me acerque para que hablemos en persona?", me dijo que a los diablos nadie los visita y que su casa, en consecuencia, no estaba presentable, pero quería conocerme.  

Resultó que el diablo estaba también solo y asustado, su fachada y su reputación responden a sufrimiento propio y ajeno de muchos años de evolución, un sufrimiento que ha ido moldeando la leyenda que hoy tenemos en consulta.  Todos hemos alimentado al monstruo a base de fármacos sedantes, dándole al diablo lo que aparentemente pedía, pactando con él un periodo de calma para todos.  

Hoy ha salido de casa y ha venido a verme al consultorio.  Él hizo el esfuerzo de aparecer y estar tranquilo, yo me esforcé por transmitir calma y comprensión.  Por el momento no confiamos mucho el uno en el otro, pero ambos intentamos conocernos mejor para poder hacerlo. Él es tal reto para mí como yo lo soy para él.  Resulta que soy la médica de este diablo, porque el diablo merece que alguien atienda su dolor tanto o más que el resto.

Estoy convencida de que en la gran mayoría de consultas tendréis un diablo, cuando no varios.  Es necesario hablar de ellos, porque siempre hay pacientes que nos ponen en riesgo, hay pacientes que entienden nuestra figura desde la confrontación, hay gente que sufre y hace sufrir porque no conoce otra manera de acercarse,  hay personas desesperadas que hacen desesperar.  Los sanitarios necesitamos prepararnos para afrontar esas consultas y necesitamos respaldo institucional para atenderlos en condiciones de seguridad, porque los diablos nos necesitan, mucho más de lo que desearíamos.  

Este es uno de mis grandes desafíos, conectar con la gente con la que parece más complicado, porque la profesión así lo exige, cuidar de quien ni siquiera pretende cuidarse o que le cuiden, estar cerca en lo posible del dolor que intenta destruir y aislar a la persona.  No va a ser fácil, no va a ser rápido, no estará exento de tropiezos, puede que no salga bien, pero tengo que intentarlo; soy la médica del diablo.

viernes, 12 de enero de 2024

12/01/2024: El maletín del médico

Ayer dediqué parte de la tarde a poner a punto mi herramienta de trabajo. Algunos lo llaman cabás, otros bolsa médica, y muchos maletín.  Es un complemento que sólo llevamos los médicos de familia y que nos identifica, porque nosotros salimos a la calle y a las casas cargando con él, porque cada médico configura el suyo para que le sea útil allá donde esté.  Y como no hay dos médicos iguales, tampoco los maletines deben serlo.  Es decir, tu maletín es tan único como tú. 

El mío es en realidad una mochila muy compartimentada, gris y azul, muy ligera, en apariencia muy corriente, pero en el fondo es especial porque me la regalaron los compañeros del centro de salud donde me convertí en médica de familia y siempre siempre siempre me acompañarán entre los bolsillos de mi maletín. 

En mi nuevo puesto de trabajo (en el medio rural) se hace aún más indispensable que lo lleve dentro y fuera de las consultas.  Me acompañará a los tres consultorios, a los domicilios y a las urgencias.

Es mi fiel escudero.  Yo sin él no podría desenvolverme igual de rápido, y él sin mí no sirve de mucho, de modo que tenemos que estar coordinados.  Sé que dentro debo llevar artilugios y herramientas que me ayuden a diagnosticar y tratar la mayor parte de las consultas, lo más ordenadamente posible, para encontrar las cosas rápido y reponer lo que falte de forma sencilla. 

Pero en el maletín no cabe todo, ni debe hacerlo, tenemos que equiparlo con lo más rentable.  Eso implica que hay algunas cosas que son tan indispensables que siempre van a estar dentro y otras que iré adaptando a la situación y al medio en el que me encuentre. Para configurarlo tengo una pequeña guía donde apunté tanto lo que uso con más frecuencia como lo que una urgencia grave me requeriría utilizar en la primera asistencia. Tengo claro que de nada sirve incluir medicaciones que no sabría utilizar, instrumentos que no puedo manejar en la mayoría de escenarios, materiales a los que apenas doy uso en consulta.

A mí me han servido los ejemplos de algunos compañeros que se desenvuelven bien en el medio rural, así que dejo aquí mi organización por si sirve de inspiración a algún novato como yo:

- Bolsillo de documentación: recetas, p10, hojas en blanco (para dibujar o apuntar cosas), sello, tinta, bolígrafos, subrayador, manual de emergencias en atención primaria (luego casi nunca lo miro, pero llevarlo me da una serenidad que la emergencia requiere).

- Estuche súper-imprescindible (cosas de uso diario que suelo sacar sobre la mesa de la consulta): fonendoscopio, pulsioxímetro, termómetro, martillo de reflejos, linterna, otoscopio.  Yo tengo también un pequeño otoscopio con cámara que me ayuda a compartir imágenes de otoscopia con compañeros y un kardia para hacer ecg de 6 derivaciones. 

- Estuche imprescindible (este no lo dejo sobre la mesa pero lo abro todos los días): glucómetro con tiras y lancetas, tensiómetro digital y manguito manual por si algo falla, pilas para no quedarme colgada.

- Estuche "pringoso" (lo llamó así porque dentro llevo todos los líquidos que "pringan"): lubricante, Betadine, suero fisiológico, pomada antibiótica, pomada antiinflamatoria, tiras de orina, test rápidos, guantes (muchos guantes), mascarillas.

- Estuche de fungibles (constantemente tengo que estar reponiéndolo, intento agrupar las cosas con gomitas pero reina el caos con frecuencia): vendas, gasas, apósitos, tiras de aproximación, gasa de hemostasia, gasa orillada, campos estériles, compresas, esparadrapo, guantes estériles, seda, nylon, hojas de bisturí, tijera, pinza, kit vía IV, kit vía SC, smach, agujas diferentes, jeringuillas de distintas capacidades, contenedor de punzantes, guedel.

- Ampulario (dentro van medicaciones IM, IV y VO) yo las ordeno alfabéticamente porque las encuentro antes.  

- Ampollas: adrenalina, amiodarona, atropina, akineton, Buscapina, cloracepato, dexametasona, Diazepam, diclofenaco, flumacenilo, furoaemida, haloperidol, konakion, levomepromacina, metamizol, metoclopramida, mepivacaína, midazolam, morfina, naloxona, polaramine, stesolid rectal, sulpirida, urbason. 

- Orales (llevo algunos extra porque en mi medio la accesibilidad a la farmacia es algo más complicada): Acetilsalicílico, captopril, dexametasona, Diazepam, diclofenaco, ebastina, furoaemida, Ibuprofeno, lorazepam, metamizol, Omeprazol, Paracetamol, prednisona.

Llevo también un mechero y algunos clips, un paquete de clínex, unos caramelos, un triturador de pastillas, un cargador de móvil, las llaves, un papel con teléfonos de interés de la zona, una chuleta que detalla lo que llevo dentro del maletín.  

Dejo siempre un bolsillo exterior vacío y ahí van los extras de ultima hora y los papeles de información confidencial del paciente que voy a ver.  Que me llaman de una laceración en el ojo, echo la fluoresceína, que me llaman de una herida, echo el kit de suturas, de una quemadura echo silvederma, a veces echo el dermatoscopio, oftalmoscopio... Que parece que me voy a pasar un buen ratito en el aviso, meto en ese bolsillo hasta el bocata del almuerzo.

Y si algo tiene mi maletín es que está abierto a cambios.  Me da seguridad llevar lo que he considerado importante pero soy consciente de que siempre falta alguna cosa que un día necesitas y que siempre llevamos algo que va a caducar sin usar.  Yo creo que el arte de tener un buen maletín es el de encontrar el equilibrio en su contenido, tener cierta seguridad con lo que llevamos y toda la humildad con lo que no podemos llevar.  Y es que hay veces que aunque metiéramos el hospital entero dentro del maletín no conseguiríamos solucionar los problemas, y otras veces que sin ni siquiera abrirlo seremos capaces de reconfortar a los pacientes.  

El maletín marca muchas veces los tiempos de la consulta.  Por eso siempre trato de escuchar antes de abrir el maletín y trato de hablar de todo lo necesario antes de cerrarlo.  

El maletín habla del carácter del médico.  Lo que llevas dentro revela lo que estás dispuesto a hacer por tus pacientes.  Importa que se vea limpio y ordenado en lo posible, importa que lo manejes con cierta soltura, y puede que sea importante hasta cómo lo lleves y dónde lo dejes.

Y ahora que ya he terminado de revisarlo me parece que no pesa mucho considerando la responsabilidad con la que carga,  la variedad de escenarios en los que me acompañará y todas las historias que ya lleva dentro.  ¿A ver si me olvidé de guardar algo? Os dejo, que voy a echarle un último vistazo. 

sábado, 6 de enero de 2024

07/01/2024: Empezar a volver y volver a empezar

Hace más de 8 meses que no escribo en mi diario, y es que Lucía nació para cambiarlo todo, cambiar mi vida, cambiarme a mi.  Mi hija es un tesoro que no merezco, ser su madre es la vocación más importante de mi vida, es maravilloso el vínculo indestructible que hay entre nosotras.

La maternidad es esa aventura de amor de la que todas hablan, sí, pero también tiene tintes de incertidumbre, inseguridad, alerta permanente, esfuerzo, agotamiento, lucha, desesperación...  Y de eso no hablamos tanto pero también nos acompaña.  Sobre todo, la maternidad trajo el cambio a mi mundo y mi vida hoy no sé parece en nada a la de hace un año.  Entonces percibía un vacío, un hueco que pedía a gritos llenarse y que sólo Lucía era capaz de ocupar.  Ahora ya no hay hueco, he dedicado estos meses por entero a cuidar y criar a Lucía que llena todos los minutos de mis días.  No hay hueco, pero sí quedaron algunas grietas en las que extraño algunas cosas que hace un año sí tenía, todo aquello que he aplazado por ser mamá.  Porque la maternidad implica también duelo silencioso por esas pérdidas o renuncias de tu vida anterior.

Y en este diario procede contar que extraño mi trabajo, echo de menos ser médica de familia.  Quizá porque me aportaba realización personal, reconocimiento social, sentimiento de pertenencia a un equipo y un colectivo.  Sobre todo era una forma de servicio a los demás con la que expresar mi agradecimiento a la vida, era mi ocupación mas allá de mi horario laboral, era mi pasión a la que había dedicado mi esfuerzo los últimos 12 años.  He echado mucho de menos la medicina de familia porque era parte importante de mi identidad.

Ahora es momento de recuperar todas las cosas que me hacen ser yo misma,  toca llenar las grietas, es hora de empezar a volver, entre otras cosas, a ser MFyC.  Quizá sea más bien volver a empezar porque he cambiado por completo el escenario desde la ciudad a los pueblos pequeños, seré parte de un nuevo equipo, descubriré nuevos pacientes, volverán las guardias ahora fuera del hospital, llegarán las horas de coche, la soledad de los consultorios, empezará una etapa de medicina rural.

Sospecho que me espera una medicina desconocida, pero no tengo miedo.  Empiezo una nueva aventura para la que me tengo que preparar y he decidido acompañarme de nuevo de mi diario.  Bienvenidos todos al Diario de una MFyC rural.

07/03/2025: Cualquiera de mis días en este lugar

El café de la mañana es más rutina que necesidad, pero disfrutarlo en familia es un tesoro que no perdono.  Otro tesoro matutino es llevar a...