Hoy vengo a presentaros a un paciente. Para respetar su privacidad no lo dibujaré tal como es, no hablaré de él por su nombre ni os contaré toda la verdad porque aquí todo el mundo lo conoce.
El primer día que llegué a pasar consulta donde él vive, tres de sus médicos anteriores me habían hablado ya de él, "ten cuidado", "es problemático", "no discutas". Ese mismo día me llamó mi jefe para advertirme "si va, no lo veas tú sola, ten cuidado". No os voy a engañar, tenia miedo, estaba sola, estaba asustada, el diablo al que todos tememos podía venir a verme en cualquier momento.
Los médicos a veces tenemos miedo, miedo de no hacer las cosas bien, de la incertidumbre que nos rodea, de lo que nuestro cansancio puede hacernos y a veces, de nuestros pacientes. No os voy a engañar, tenía mucho miedo cuando la primera llamada que recibí en ese primer día, marcaba el número del diablo en el teléfono.
Descolgué y empezó a hablar en tono bronco sin dejar apenas que me presentase. Habló de malas experiencias con el sistema sanitario, de molestias y dolores que lo acompañan desde hace años y nadie ha podido mitigar, siguió contándome cómo la vida le ha resultado difícil de sobrellevar a él y a quienes se le han acercado, reconoció que se agarra a medicaciones peligrosas que acallan el dolor físico y mental, me confesó que hace años que no sale de su casa y que la soledad es su obligada zona de confort. Hablaba cada vez más despacio, mientras yo simplemente hacía afirmaciones que le permitiesen saber que seguía escuchándole. Casi exhausto tras el discurso, me permitió hacerle una pregunta: "¿quieres que me acerque para que hablemos en persona?", me dijo que a los diablos nadie los visita y que su casa, en consecuencia, no estaba presentable, pero quería conocerme.
Resultó que el diablo estaba también solo y asustado, su fachada y su reputación responden a sufrimiento propio y ajeno de muchos años de evolución, un sufrimiento que ha ido moldeando la leyenda que hoy tenemos en consulta. Todos hemos alimentado al monstruo a base de fármacos sedantes, dándole al diablo lo que aparentemente pedía, pactando con él un periodo de calma para todos.
Hoy ha salido de casa y ha venido a verme al consultorio. Él hizo el esfuerzo de aparecer y estar tranquilo, yo me esforcé por transmitir calma y comprensión. Por el momento no confiamos mucho el uno en el otro, pero ambos intentamos conocernos mejor para poder hacerlo. Él es tal reto para mí como yo lo soy para él. Resulta que soy la médica de este diablo, porque el diablo merece que alguien atienda su dolor tanto o más que el resto.
Estoy convencida de que en la gran mayoría de consultas tendréis un diablo, cuando no varios. Es necesario hablar de ellos, porque siempre hay pacientes que nos ponen en riesgo, hay pacientes que entienden nuestra figura desde la confrontación, hay gente que sufre y hace sufrir porque no conoce otra manera de acercarse, hay personas desesperadas que hacen desesperar. Los sanitarios necesitamos prepararnos para afrontar esas consultas y necesitamos respaldo institucional para atenderlos en condiciones de seguridad, porque los diablos nos necesitan, mucho más de lo que desearíamos.
Este es uno de mis grandes desafíos, conectar con la gente con la que parece más complicado, porque la profesión así lo exige, cuidar de quien ni siquiera pretende cuidarse o que le cuiden, estar cerca en lo posible del dolor que intenta destruir y aislar a la persona. No va a ser fácil, no va a ser rápido, no estará exento de tropiezos, puede que no salga bien, pero tengo que intentarlo; soy la médica del diablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario